lunes, 15 de mayo de 2017

Invisibles

El niño invisible.
Él estaba de pie en el medio de la Autopista Francisco Fajardo. Inmundo. Descalzo. Con unos shorts raídos y una expresión dulce y suave en su cara de niño de no más de 12 años. La multitud de manifestantes con sus gorras tricolores, sus banderas, sus pancartas, no parecía notarlo. Tampoco lo veían los vendedores de agua, los heladeros, los de "¡Dale Chester, dale Chester!"
Él, ahí, sólo, con sus pies desnudos plantados en el pavimento pidiendo algo de comer. Me detuve en mi afán quizás medio minuto. Saqué 2 ó 3 billetes de 100 y se los dí. "Toma, papá. Dios te bendiga". Se le iluminó el rostro. Sonrió desde dentro con una alegría incomprensible para alguien que parece invisible y me dió las gracias. No me atreví a tomar la foto.
Él, sin máscara antigás, sin pañuelo, sin maalox, sin ningún tipo de soporte, descalzo en la autopista. Tenemos que verlo. Tenemos que notarlo. Hasta que no lo hagamos Venezuela no será el país que soñamos.
Ni siquiera pregunté su nombre y ahora me lo pregunto. Me mortifica. Pero seguí con la marea humana porque estamos en Rebelión para ver si podemos cumplir las promesas que la Revolución no cumplió: sacarlos de la calle, cuidarlos, nutrirlos, darles un presente mejor y el futuro que quieran elegir.
La sopa se enfría.
La gente huía despavorida aunque los gases se veían lejos. Se sentía el picor en los ojos, el ardor en la garganta, la cáustica sensación que te hace toser y buscar a tientas l pañuelo para humedecerlo con Maalox o bicarbonato. El colapso, deliberado o no, generado por los conductores empeñados en pasar por una vía a todas luces trancada por una enorme cantidad de gente.
En el restaurancito de la esquina la televisión estaba encendida. La iluminación era cálida. La puerta estaba abierta. Las mesas estaban casi llenas. Él, de lentes y camisa de cuadros azules, se concentraba en su plato. No miraba hacia afuera. Levantó la cuchara y asintió. La sopa estaba deliciosa. No estaba fría. Lo miré con tal fijeza que subió la mirada. Una fracción de segundo me miró pero no vio nada. No pude evitarlo, mi desprecio era casi tangible. Quizás la sopa de la indolencia ya estaba fría.
La risa de la GNB.
Unos metros más allá, en la esquina siguiente, se detuvo el tráfico de Sur a Norte y en medio de la gente que huía comenzaron a pasar las motos de GNBs. La gente, enardecida, los insultaba, un trío de oficialistas le grita a la multitud: ¡callense, callense! Y, discretamente, huyen hacia el ävila. No porque estén amenazados físicamente. Quizás porque se saben minoría.
En medio de la furia y los gritos una GNB que va de parrillera se voltea hacia la gente, sonríe. Ella sonríe. Con sus labios rojo fresa y sus ademanes femeninos envueltos en el uniforme represor, ella sonríe. Se atreve a reirse de la furia de la gente.
Es algo bueno que andaba en moto. Es una bendición que e aleje. Porque si de un lado hay comportamiento de pandilla, de mercenarios. De otro lado los ánimos no están como para burlas.
En mi mente el martilleo: ¿De qué se ríen los GNBs? Por qué baila el Presidente? ¿De qué se ríen los victimarios? ?Qué es tan divertido acerca de ejercer el poder con saña, maldad, villanía? ¿Acaso reprimir y torturar es divertido?
Ni siquiera en Tiannanmen.
Ayer. En Altamira. Alguien, a bordo de una tanqueta, decidió que el control del orden público implica pasar con una tonelada -o más o menos- de metal por encima de otro alguien que protesta y sólo te amenaza con molotovs, piedras y la férrea convicción de que estás equivocado.
Durante una hora terrible, pensando que el chico ha muerto, me sumo en un estupor abismal. En un pasmo que casi no me permite respirar. El muchacho sobrevive. Me cuentan que lo arastraron los panas y lo salvaron del horror. Pero la vocación asesina sigue allí, a bordo de una tanqueta, enfundada en un uniforme.
Ni siquiera en Tiannanmen e atrevieron. Ni siqiera en la República Popular China en 1989 la tanqueta, el hombre dentro de la tanqueta, se atrevió, osó pasar por encima de ese manifestante famélico que lo detuvo con dignidad.
La jaula, la enfermedad:
La pancarta que lo resume todo: "Los pájaros que han vivido toda su vida en jaulas creen que volar es una enfermedad"

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