viernes, 19 de mayo de 2017

El delito de documentar una dictadura


La puerta no cerraba. No tenía la llave. Me quedé allí conteniendo la respiración. Anhelando que mi corazón no latiera. Los segundos se hicieron eternos. Y entonces pensé en apoyar la carretilla y ajustarla. Funcionó. Tenía que alejarme de esa puerta. Escuchaba las voces y el ronco acelerar de las motos en el portón del estacionamiento de mi calle ciega.

Temía que derribaran la reja.

Logré esconderme en el cuartito donde ya estaban mis primos. Esa segunda puerta tampoco cerraba. Apenas respirábamos. Mi primito veía el celular. "¡Apaga esa mierda, coño!" ladré. Le pedí a mi prima que rezara. Me concentré en escuchar y apagar todos mis sistemas -yeah right- para que la adrenalina no nos delatara. Olía a basura y desinfectante. Y el espacio era mínimo. Sujetaba la puerta y sabía que si abrían la primera no habría forma de escapar del arresto. Pensé en mi gato que estaba afuera pero él es experto en esconderse. Se escuchaban voces de hombre cada vez más cerca. O eso me pareció.

Estábamos en el estacionamiento cuando los ví minutos antes: una camioneta Hilux blanca blindada y 2 motos. O ¿eran 3? No estaba segura. De inmediato, les dije: "¡Vénganse, vénganse, venganse!" Ellos tardaron en reaccionar. Nos agazapamos.

El hombre de la moto había cumplido su amenaza: mandar al Sebin a buscarme. La había hecho media hora antes cuando descubrió que le había tomado varias fotos mientras él grababa la vanguardia en retirada de los muchachos en #Resistencia No me la hizo a mi, sino a mis primos y vecinos: "A la rubia que está tomando fotos" .Decía que yo no era reportera y que vendrían por mi. Creo que lo que le indignó fue mi actitud. Cuando me miró de frente le hice un saludo militar y me fui. No me asusté. No me intimidé. No bajé la cabeza.

Y creo que ese es el punto; que la mayor parte de este país -si alguna vez lo hizo- ya no está dispuesta a seguir bajando la cabeza. Que el atropello desde el poder político y económico de la Revolución ha sido tan grave, sostenido en el tiempo y devastador que ahora la única vía posible es erguirse. Y desafiar.

Me escondí, por supuesto. Me asusté, sin duda. Pero la terca convicción de que como periodista y ciudadana no estoy cometiendo delito y no tienes derecho a venir a buscarme, prevaleció. Estoy documentando. Si lo que tú estás haciendo mientras yo documento te incrimina, esa es tu consciencia, tu responsabilidad penal, no la mía. 

Yo estoy haciendo aquello para lo cual la sociedad en la que crecí me formó; contar lo que sucede en la calle. Que lo haga de manera independiente no significa ninguna diferencia. Soy periodista desde 1989. De una generación ucabista que ha llenado de orgullo nuestra #almamater

Y me preguntó, tú, el represor, el de Inteligencia, el perseguidor, el que llegó a la puerta de mi casa con refuerzos: ¿qué estabas haciendo tú en 1989? ¿Pensaste alguna vez que usarías una videocámara para perseguir a tus adversarios políticos? O ¿tenías problemas vocacionales? ¿Eso es la Revolución para ti?

Y, para que conste, lo aclaro a todos aquellos que se angustian porque quizás me expongo demasiado y no lo comprenden: No estaba en la vía pública. No tengo máscara antigás ni casco ni escudo ni molotovs -que tampoco es delito, por cierto- sólo una cámara y una libreta. Estaba en la propiedad privada en la que crecí. 

Sólo tuve un gesto altivo. De dignidad y desafío. Y los volveré a tener. Nadie tiene derecho a perseguirte, arrestarte, torturarte, desaparecerte o amenazarte porque documentas.



Bueno, claro, sabemos que eso sucede en dictaduras.

Y en guerras.

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