martes, 12 de marzo de 2019

Ëstoy bien

    Leo a mucha gente querida que cuando llama a sus padres, tíos, abuelos desde fuera encuentra la sorprendente respuesta de "Estoy bien. Estamos bien". Es la misma respuesta que yo doy. 

Les doy mi versión, mi interpretación de ese "estoy bien".

Me está costando mucho conectar con mis emociones. Saber qué estoy sintiendo. De hecho, no siento nada. Comfortably numb. Estoy en estado de total alerta y no logro relajarme. Estoy entrenada para operar en ambientes y situaciones hostiles, así que no es tan extraña esa desconexión. Pero, aún así, me hace cuestionarme qué está pasando dentro de mi. Creo que estoy en modo sobreviviente.

Quizás sea eso lo que pasa con sus seres queridos. Todos sabemos que podemos estar mucho peor de lo que estamos justo ahora. Todos sabemos que este es un régimen que no tiene el menor afecto por su gente. Que les estorbamos. Que nos han ido matando de a poco. De mengua. De hambre. De stress. De depresión. De abuso de poder. De represión. De abandono.

     Y quizás ese sea un sentimiento que sobrevive a mi desconexión: el desamparo, la sensación de abandono, el confinamiento. La comprensión exacta de que nos quieren destruidos y, que mientras tanto, la vida sigue en el resto del mundo.

 Y no hablo de la Venezuela regada por el mundo que no termina de ser feliz libremente, siempre pendiente de los que dejaron en casa. Hablo del Mundo. De la gente que ahora mismo está volando parapente, o bañandose en la playa o haciendo el amor. Cosas que no hago en modo survival, en este estado de preguerra.

Y es que este es, de veras, un estado de pre guerra. Así lo percibo. Vienen más persecuciones y viene más represión. Ya fueron anunciadas. Ya el Presidente ilegítimo anunció que activará a sus paramilitares. Y más ataques a la Prensa. Y todo lo que ello implica.

Hay otro color que detecto al fondo de mi cerebro. Un sentimiento entre gris y carmesí: la preocupación por las medicinas de mi mamá y la comida de mis gatos que, ambas, se están acabando. Y la incertidumbre de no saber si habrá cómo resistir esto. Si tendré las reservas espirituales, mentales, económicas y físicas para aguantar el tiempo que dure.

Entonces, luego de esta evaluación breve creo que no, No estamos bien. Sólo que no tenemos otra opción que seguir. No nos vamos a dejar aplastar estando tan cerca de la meta. Estamos vivos, estamos guapeando, quizás sea eso lo que significa ese "estamos bien": todavía tengo la energía para rebelarme.

Eso es lo que siente la persona, la mujer, hija de una madre anciana, madre de gatos y tía de 2 sobrinas que crecen en este caos.. Quizás si le preguntan a la periodista, esa adrenaline junkie que me habita, responda otra cosa.

De luz y de sombras





Se vuelve a ir la luz. Ha durado 17 horas en esta segunda tanda. Ya estamos en el cuarto día de apagón nacional. He tomado la previsión de ir temprano al supermercado de la esquina a gastar los últimos 10 mil bolívares que tenía en la cuenta. Logré comprar huevos y unos bizcochos. Ahora me alegro de esa pequeña victoria. Pude comprar algo. Quién sabe cuánto tiempo más se irá la luz esta vez. 

Desconecto todos los equipos, los bendigo y rezo para que no se dañe ninguno con la inestabilidad del sistema. La potencia de la electricidad era baja desde anoche. Era evidente que el milagro de la luz iba a durar poco. Apenas suficiente para bañarse con agua corriente y tibia y para cocinar algo para los próximos dos días. Y el lujo de tomarse un café aunque sea sin leche. La leche se estropeó.

Y estoy en el grupo de los privilegiados. No tengo dólares en efectivo, es verdad. En una situación de caos nacional hay negocios cobrando en efectivo y en moneda dura. Esa mentalidad miope de la ganancia inmediata. Sin comprender que la solidaridad y la responsabilidad social son el mejor mecanismo de lealtad para una marca o una empresa. Eso sin entrar en el tema ético o moral, en la empatía, en la capacidad de comprender las penurias del otro. 

Ha habido saqueos. Cierto que, en muchos casos, han saqueado licorerías. Y no me cuesta tanto entenderlo. En una sociedad en la cual la gratificación inmediata se combina con la sensación de Fin de Mundo de estos días, yo, quizás, también querría un par de tragos para olvidarme de la banda de saqueadores mayores que ha desangrado al país a ojos vistas de todos y que hoy se dan golpes de pecho, víctimas, mártires y superhéroes jurando que lo hacen todo por el pueblo, que son objeto del enésimo saboteo injerencista en contra de la Revolución más excelsa.

¿Honestamente? NO ME JODAS.

En la radio Penzini Flores y sus expertos lo llaman “primitivismo”. E, incluso, tienen la distancia suficiente para citar la Pirámide de Maslow. Lejos de toda esa academia y sabiduría, puedo entender perfectamente –no justificar- que se saquea por impotencia, por furia, por anarquía. No sólo por hambre.

Y el Presidente ya ilegítimo de toda ilegitimidad sonríe en Miraflores, muy iluminado, y habla de normalidad. Pero en la calle el ambiente se va enrareciendo. Es ya el cuarto día de apagón, casi el quinto y los muertos sobrepasan la centena. La situación en los hospitales es de total censura. Los médicos amordazados no pueden contar las dimensiones de la catástrofe. Y no, no fue un terremoto. No fue un deslave. En eso tenemos experiencia con cicatrices imborrables. Este fue un saqueo al erario público, sistemático, descarado, documentado. Con nombres y apellidos.

Mientras tanto, las comunicaciones caídas generan una ansiedad que se desborda, especialmente, en esa Venezuela emigrada que no sabe cómo están sus ancianos que viven solos y que no contestan el teléfono. Que no duermen pensando si sus padres habrán podido comprar algo de comida. Si los vecinos serán solidarios o no. Afortunadamente, los vecinos han estado a la altura. 

En muchos edificios hay quien cocina arepas con fogata y reparte o sopa o café. Hay quienes comparten lo que tienen sin preocuparse de lo que vendrá. Y eso habla del corazón de esta gente. Esa gente con la que se reconstruirá un país cuando quienes se queden sin Luz sean ellos. Y mira que no me gusta hablar en términos de ellos y nosotros. 

Al final los seres humanos estamos constituidos de luz y oscuridad. Pero es que esa sombra ya nos confrontó lo suficiente como para transmutarla de un manotazo. O de una patada. O a golpes. Y es que “ellos” cada vez son menos. Cada vez están más solos.

Por cierto, las protestas en barrios y zonas populares cada vez son menos “ocultables”. Cada vez más cerca de Miraflores…




lunes, 11 de marzo de 2019

Una de Millenials


“!Llegó el cuatriboleaoooo!”grita un hombre de unos 50 años mientras la gente se arremolina alrededor de las camionetas donde viene Juan Guaido, el Presidente de la Transición que aún no arranca. Encargado, interino, autoproclamado ya son adjetivos que lo sustantivo parece no requerir. Y, sin embargo, lo requiere. 

El primer punto de la hoja de ruta, cese de la usurpación, aún no se ha logrado. Lejos se está todavía del gobierno de Transición y de las elecciones libres. Pero todas esas consideraciones no son las que se respiran en el túnel que conecta a San Pedro con la Avenida Victoria. Allí está el Presidente Millenial y la euforia de la gente que, tras más de 30 horas de apagón e incomunicación de redes sociales o medios de comunicación social de casi cualquier tipo, -exceptuando la radio para los afortunados que tenían baterías-, ha decidido atender la convocatoria.

El sonido no ayuda. Guaido grita con el alto parlante. Montado sobre una camioneta gris plata, se dirige a los cientos de caraqueños que han logrado sortear los piquetes de control de orden público establecidos en el camino con la finalidad de evitar que se produjese este encuentro del líder con la masa. 




“Yo confío en ustedes”dice el joven. “Y nosotros en ti” le gritan desde la multitud. Logro escuchar algunas frases. Le pregunta a la gente si recuerdan que este proceso tiene 3 fases. Le habla de las dificultades de llevarlo a cabo. El romance continúa, el cariño por este millenial irreverente es un activo en ascenso. Sin eufemismos: la gente lo quiere.

Y lo demuestra hoy con creces. Un grupo muy nutrido que se concentró en el CVA de Las Mercedes comienza a caminar hacia la Avenida Victoria alrededor de las 12 del mediodía. Al llegar a nivel de Ciudad Banesco se topan con el primer piquete de la Guardia Nacional Bolivariana y la Policía Nacional Bolivariana. Murciélago, ballenas, antimotines. Hay que improvisar. 

Veo al Diputado Miguel Pizarro en una moto. A Pizarro le ha llovido durísimo en redes por algunas afirmaciones pro/izquierda. Y es que los ánimos en el país no están como para confusiones o devaneos ideológicos. Pero es innegable que este muchacho de lentes viejos y sucios se ha curtido en la lucha de estos últimos años. Los del madurismo que no es más que el chavismo sin chequera. Y es valiente. Organiza la vanguardia de la protesta y negocia con el piquete de orden público. Un poco más alterado llega el Diputado José Guerra quien le da la orden a un asistente de marcar un número telefónico. Se viven momentos de tensión pues, como dice alguien: ¨El primer loquito que se alborote, pagamos todos”.


Y luego de tres días sin bañarte con agua corriente, sin acceso a telefonía móvil ni redes sociales, sin casi alimentos, sin efectivo y con negocios abiertamente dolarizados, digamos que la locura y la ansiedad están allí latentes en cada uno de estos cuerpos. 

Estamos todos comprimidos en una pendiente que no tiene vías de escape. Si la orden fuese emboscar, estaríamos fritos. Algunos se sientan, muchos cantan, otros hablan con la GNB que tras sus escudos y cascos ponen su mejor cara de póker. Otros rezan. 




Luego de unos 20 minutos, logramos avanzar. Cien metros. Hay un segundo piquete  con el que se abre una segunda negociación. “Si se puede, si se puede, si se puede” suena con estruendo. Logramos volver a avanzar. Esta vez la multitud se desordena y se acelera. No están dispuestos a tolerar la necesidad de una tercera negociación, otros cien metros. Caminan aceleradamente por una calle alterna y logran escabullirse mientras la policía se reagrupa cerca del Tropezón, la emblemática arepera. 




“¿Quienes somos? VENEZUELA! ¿Qué queremos? LIBERTAD!¨. Ya vamos subiendo por la calle de la Librería Técnica Vega en dirección a la Iglesia San Pedro. La gente recupera la alegría y canta. Ha sido un pulso duro. Aunque nunca hubo verdadera vocación de represión. Quizás esa era la orden. Intimidar pero no actuar. Pero ya sabemos cuánto gas puede representar la mera orden de intimidar.

Al llegar a la Iglesia, una muchacha triunfante suspira: “Llegamos! Ya estamos en la Avenida Victoria. Pensé que no íbamos a llegar!” Y es que, por momentos, parecía que no llegaríamos. Luego de la detención en la madrugada de los choferes y el desmontaje parecía que tampoco Guaido llegaría. 

Si a eso se le suman las más de 30 horas de apagón, la imposibilidad de informarse con precisión y de buena fuente y la dificultad para comprar -casi nadie tiene efectivo ni estaba preparado para el colapso del Guri-, la convocatoria ha sido un éxito total. Algunos, pocos en realidad, se van decepcionados, son los que ya no tienen el aguante para esperar y piden intervención humanitaria ya. Son los que dicen “no vamos bien un coño!” Pero para la mayoría este proceso se va construyendo a base de pequeñas victorias, de irreverencia, de apelar a la astucia de Tío Conejo. y a la convicción de que ya no cabe la opción de rendirse.

Deshidratados, caminamos de regreso hacia Las Mercedes. A un lado de la Universidad Bolivariana, -antiguo Lagoven-, está el piquete de la Policía Nacional Bolivariana con ballenas y murciélago. La gente los aplaude en su mayoría. Tratan de endulzarlos. Unos pocos los increpan. Su talante no es muy de cambiar de bando. Al menos, el de ese grupo.

Cerca de la Beethoven, en los bajos de un edificio, tres personas han bajado con un botellón de agua para asistir a quienes retornan de la concentración. Esa es la Venezuela que se sueña. La que se quiere construir. La del que aporta y se solidariza desde sus posibilidades y talentos. La del que da su palabra y la cumple. La del que establece una relación de confianza con el otro. La del ciudadano con ética y de buena fe. Habrá mucho que trabajar, claro. Reconstruir un tejido social carcomido por el clientelismo y la violencia no será tarea de dos días. Pero es urgente comenzar.

“Cuidemos la esperanza” reza una pancarta en rosa neón. Guaido encarna esa esperanza. Algunos sienten temor por la tendencia al mesianismo de una ciudadanía golpeada tras 20 años de atropello. Y quizás haya algo de eso. Es innegable que Guaido recibe tratamiento de rockstar como en los mejores momentos de Axl Rose o Mick Jagger. Hay gritos, hay pasión, hay ¨te amamos¨y hay bendiciones de ancianas y monjas. Si, pero este menor que se protege como cualquier chamo de la Resistencia con un rosario alrededor de la muñeca izquierda, es la esperanza de todos. Los que están afuera, angustiados. Los que estamos adentro, irreductibles. 

Y, sin duda, se han aprendido algunas cosas: no dar cheques en blanco, por ejemplo. Cuestionar, pedir rendición de cuentas, confrontar al funcionario público. Y responsanbilizarse por tu área de influencia y de acción.  Aún queda mucho trecho para poder desterrar algunos antivalores muy arraigados como el de “mientras yo esté bien, no me preocupo” o el de “pónganme donde haiga¨. Hay trabajo por hacer.

Pero, si, parece que vamos bien y eso lo mido por el tamaño de la reacción. Lanzarse un blackout de casi 3 días, con los costes políticos que implica, responde al tamaño de una amenaza que nadie se esperaba.




Llego a Las Mercedes y hay un incendio. Resulta que cerca de 150 personas quedaron atrapadas en este punto y no pudieron llegar a la Avenida Victoria. Hubo barricadas y cauchos aún ardiendo, pero no represión. Muchos no sabían que un grupo grande llegó a la Avenida Victoria. Muchos no sabían que Guaidó también llegó. Ese es el nivel de la oscuridad de estos días en Venezuela. 

Para el régimen el switche lo pasó Marco Rubio por órdenes de Trump. Fue un ataque contra el Guri. Para quien ha estado prestando atención la razón es muy sencilla: corrupción y un desastre que ha sido aprovechado con astucia por la cúpula chavista que ha militarizado gran parte del país. Principalmente, las zonas populares a partir de las seis de la tarde.  Y es que el fantasma de ‘el día que bajen los cerros” sigue allí. El costo del apagón puede ser un boomerang que se salga de control. Ya ha habido protestas y represión nocturna en El Guarataro, La Pastora, Las Mayas y Petare, sólo por nombrar las que he podido confirmar.

La contínua propaganda, la imposibilidad de acceder a información libre, técnica y precisa y la persistente actitud de víctimas y mártires de los cada vez más indisimulablemente obesos líderes de la Revolución han agotado a una mayoría que esta noche se acostará, -muy probablemente a oscuras-, pero cobijando una esperanza frágil, vulnerable, preciosa como un tesoro raro. Uno que ha reactivado la insumisión y rebeldía de esta nación hoy regada por el mundo y que se llama Venezuela.