La
puerta no cerraba. No tenía la llave. Me quedé allí conteniendo la respiración.
Anhelando que mi corazón no latiera. Los segundos se hicieron eternos. Y
entonces pensé en apoyar la carretilla y ajustarla. Funcionó. Tenía que
alejarme de esa puerta. Escuchaba las voces y el ronco acelerar de las motos en
el portón del estacionamiento de mi calle ciega.
Temía
que derribaran la reja.
Logré
esconderme en el cuartito donde ya estaban mis primos. Esa segunda puerta
tampoco cerraba. Apenas respirábamos. Mi primito veía el celular. "¡Apaga
esa mierda, coño!" ladré. Le pedí a mi prima que rezara. Me concentré en
escuchar y apagar todos mis sistemas -yeah right- para que la adrenalina no nos
delatara. Olía a basura y desinfectante. Y el espacio era mínimo. Sujetaba la
puerta y sabía que si abrían la primera no habría forma de escapar del arresto.
Pensé en mi gato que estaba afuera pero él es experto en esconderse. Se
escuchaban voces de hombre cada vez más cerca. O eso me pareció.
Estábamos
en el estacionamiento cuando los ví minutos antes: una camioneta Hilux blanca
blindada y 2 motos. O ¿eran 3? No estaba segura. De inmediato, les dije:
"¡Vénganse, vénganse, venganse!" Ellos tardaron en reaccionar. Nos
agazapamos.
El
hombre de la moto había cumplido su amenaza: mandar al Sebin a buscarme. La
había hecho media hora antes cuando descubrió que le había tomado varias fotos
mientras él grababa la vanguardia en retirada de los muchachos en #Resistencia
No me la hizo a mi, sino a mis primos y vecinos: "A la rubia que está
tomando fotos" .Decía que yo no era reportera y que vendrían por mi. Creo
que lo que le indignó fue mi actitud. Cuando me miró de frente le hice un
saludo militar y me fui. No me asusté. No me intimidé. No bajé la cabeza.
Y creo
que ese es el punto; que la mayor parte de este país -si alguna vez lo hizo- ya
no está dispuesta a seguir bajando la cabeza. Que el atropello desde el poder
político y económico de la Revolución ha sido tan grave, sostenido en el tiempo
y devastador que ahora la única vía posible es erguirse. Y desafiar.
Me
escondí, por supuesto. Me asusté, sin duda. Pero la terca convicción de que
como periodista y ciudadana no estoy cometiendo delito y no tienes derecho a
venir a buscarme, prevaleció. Estoy documentando. Si lo que tú estás haciendo
mientras yo documento te incrimina, esa es tu consciencia, tu responsabilidad
penal, no la mía.
Yo estoy haciendo aquello para lo cual la sociedad en la que crecí me formó; contar lo que sucede en la calle. Que lo haga de manera independiente no significa ninguna diferencia. Soy periodista desde 1989. De una generación ucabista que ha llenado de orgullo nuestra #almamater
Yo estoy haciendo aquello para lo cual la sociedad en la que crecí me formó; contar lo que sucede en la calle. Que lo haga de manera independiente no significa ninguna diferencia. Soy periodista desde 1989. De una generación ucabista que ha llenado de orgullo nuestra #almamater
Y me
preguntó, tú, el represor, el de Inteligencia, el perseguidor, el que llegó a la puerta de mi casa con refuerzos: ¿qué estabas
haciendo tú en 1989? ¿Pensaste alguna vez que usarías una videocámara para
perseguir a tus adversarios políticos? O ¿tenías problemas vocacionales? ¿Eso
es la Revolución para ti?
Y, para
que conste, lo aclaro a todos aquellos que se angustian porque quizás me
expongo demasiado y no lo comprenden: No estaba en la vía pública. No tengo
máscara antigás ni casco ni escudo ni molotovs -que tampoco es delito, por
cierto- sólo una cámara y una libreta. Estaba en la propiedad privada en la que crecí.
Sólo tuve un gesto
altivo. De dignidad y desafío. Y los volveré a tener. Nadie tiene derecho a
perseguirte, arrestarte, torturarte, desaparecerte o amenazarte porque
documentas.
Bueno,
claro, sabemos que eso sucede en dictaduras.
Y en guerras.