Tengo una terrible costumbre que incomoda y desconcierta a la mayoría de la gente. Data de hace más de 20 años y me ha acompañado toda la vida. Si Larry David me hubiese conocido, de seguro hubiese escrito un episodio de Seinfeld sobre mi. En realidad no sé bien cómo denominar ese mal hábito ¿el ñapiabrazo? ¿el abrazo mocho? No encuentro una expresión elegante como la de Almodovar y sus abrazos rotos.
No sé. Lo cierto es que hombres y mujeres tienen reacciones diversas a esta actitud casi automática en mi. Incluso, hay quien piensa que es un modo de expresar algún tipo de pasión erótica, que estoy intentando seducir. Nada más lejos de la realidad: no sé seducir. Nunca se me ha dado bien ese arte. Sólo estoy intentando conectar con la persona. Pero los desconocidos que padecen mi incapacidad de soltarme tras el primer abrazo, no lo saben y sospechan.
Y es que de verdad, es un hecho, soy incapaz de soltarme de un abrazo. Especialmente si el primer intento ha sido insatisfactorio. Digamos que la persona a la que abrazas no te conoce demasiado y te estrecha tímidamente, con escrúpulos o quizás un poco tensa, entonces ahí voy yo, en automático y sin piedad, por mi segundo intento: el abrazo mocho. Porque, invariablemente, ese segundo apretón me deja más insatisfecha que el primero y encima, cuando tomo consciencia -normalmente durante el acto- sonrojada a más no poder.
Al parecer hay una etiqueta para los abrazos. Al menos eso intuyo porque para mi el único abrazo válido es el intenso, que se da con todo el cuerpo, corazón a corazón y con una entrega de por lo menos un minuto -mínimo-. Ese abrazo que es casi como descansar el uno en el otro, como dejarse ir con absoluta confianza. Digo que creo que hay una suerte de protocolo, pues los he visto: hay los abrazos polite, breves y al grano; los abrazos sonoros, esos que van con palmadas y altas expresiones de afecto y los abrazos incómodos, esos que se dan dos personas tras largo tiempo sin verse pero que cuando los cuerpos se juntan, se repelen.
Claro que están los otros, los que me gustan, los que intento darle a todas las potenciales víctimas que se me atraviesan. Los laaaargos, cercanos y que alimentan el alma y calman el ritmo del corazón. Son muy inusuales por estos días y, quizás por eso, me la paso siempre cayendo en el abrazo mocho, ése que busca compensar lo que no recibí a la primera.
En fin, que cuidense de mi si me ven por ahí. Y si por algún azar del destino nos topamos, me disculpo por adelantado, probablemente serán víctimas de un "sobreabrazo", de un abrazo mocho. O mejor, abracénme bien a la primera y así no tendrán que sufrir.
Ah, por cierto, sé muy bien de dónde proviene este hábito casi proscrito: de mis años en el Auditorio del Módulo 4. Todo es culpa del Teatro UCAB. Lo sé.
jueves, 17 de octubre de 2013
viernes, 23 de agosto de 2013
Una mente ahí...
Me quedé quietecita. La morena joven de ballerinas de leopardo me miró con desdén. El chico de chaqueta de cuero falsa con curiosidad. Y la señora de cabello gris no entendió nada. El vagón estaba a reventar. Seis de la tarde y entra una mujer de lentes y larga cabellera que se ríe sin razón aparente.
Quieta, muy quieta, pegada a la puerta observé al moreno sexy que entró en la siguiente estación y él me miró con sus ojos enormes y sonrisa perfecta. Evité reirme a carcajadas y desvié la vista todo lo que pude. Pero mi compostura empezaba a volverse quebradiza y sentía la terrible necesidad de moverme. No podía. Mi cabello, esa indomable y autónoma cabellera que nunca logro llevar a la peluquería, había quedado atrapada en las puertas del vagón que se cerraron dos estaciones atrás. Comenzaba a inquietarme de veras y temía un acceso de risa histérica que me delataría con mis compañeros de viaje.
Suspiré.
Traté de cantar silenciosamente algún mantra, respiré hondo, hice un mudra...Nada funcionó.
Tenía que moverme o gritar.
Decidí moverme.
Imposible.
Un gran mechón había sido engullido por las bandas plásticas negras de la puerta del vagón. No podía ni siquiera voltearme. Tocaba entonces tomar una decisión delicadísima. Cedía a la neurosis creciente y me arrancaba un mechón de cabello importante o seguía riéndome sola a riesgo de que todo el vagón notase el embarazoso accidente?
Respiré tan profundo que casi resoplé.
Me encomendé a Dios y decidí moverme.
Discretamente di un paso pequeño hacia la izquierda, allí se encontraba la señora con cabello gris. No sé si hice un gesto angustioso pero la mujer me miró y yo disimulé. Había arrancado un mechón de mi cabellera y aún seguía atrapada de la puerta. Me moví hacia la derecha, más cerca de las ballerinas de leopardo. Dolió, pero me solté. Cuando volteé colgaban de la puerta larguisimos cabellos rubios que arranqué de golpe bajo la mirada desconcertada del moreno sexy. Y allí no pude evitar reirme de verdad, a placer pero, eso si, mirando al piso metálico del vagón.
Y fue entonces cuando se activó mi súperpoder. Uno del cual he estado consciente hace ya un largo tiempo pero que sólo hace de las suyas cuando estoy en medio de tumultos y me aburro o me sucede algo extraño. Es como si alguien pasase un interruptor y entonces allí estoy yo, imaginándome a todos los que me rodean perfecta y nítidamente desnudos. No tiene ningún contenido erótico -al menos no la mayoría de las veces- es más un asunto antropológico, quizás estético.
Sé que el proceso de pensamiento que actúa como detonante tiene que ver con los estereotipos, los prejuicios, esas cosas que los demás esperan que uno haga o deje de hacer. Las cosas que el otro se imagina. Y las cosas que uno se imagina acerca del otro. Y la fugaz comprensión de que somos universos privados llenos de infinitas sorpresas y contradicciones. Y entonces, de pronto, todas las ropas se caen y empiezo a ver sólo cuerpos, volúmenes, curvas, claroscuros...Eso fue lo que pasó ayer a las seis de la tarde en el metro, de Bellas Artes a Chacaíto (bueno, a Chacao, pues me distraje tanto que me pasé de estación) que de pronto, el moreno sexy era más sexy, que la chica de ballerinas se quedó sólo con un pedacito de leopardo y que la señora de cabello gris se volvió una Madonna de mármol.
Y todo por culpa de un mechón de cabello...
Me pregunto si alguien más tendrá este súperpoder...
Lo que si sé es que cuando salí de la estación alguien me dijo:
"Epa Doctora, cómpreme un libro que usted se ve que tiene una mente ahí..."
viernes, 9 de agosto de 2013
Rec. Rewind
No sè cuál de los dos debe salir corriendo pero, por Dios, alguno de los dos que huya, por su vida!
Ni Una Sola Palabra de Amor from Andrea Carballo on Vimeo.
Ni Una Sola Palabra de Amor from Andrea Carballo on Vimeo.
martes, 23 de julio de 2013
República Forajida. País de Testaferros
"Yo voy a ser como Diosdado. Ese si es un tipo exitoso. Ese es el Donald Trump de Venezuela". Risa generalizada y uno contesta: "Más bien el Pablo Escobar de Venezuela. Todo el mundo sabe lo que está haciendo pero nadie lo toca. Sale cara e` tabla en la Asamblea y en la televisión". "Claro -replica el primero- ¿o es que tú te vas a quedar pobre cuando ves a los demás robando?" Y de allí parte una disertación un poco errática acerca del éxito y cómo lograrlo y, pocos minutos después, acerca de La China -novia de uno de los presentes- y su falta de ambición. En ese punto dejo de prestar atención. No por nada, básicamente porque no conozco a La China...Pero esa conversación entre tres jóvenes de escasos 25 años me deja una incomodidad en el cuerpo y en el alma.
Tal vez esa incomodidad se disiparía sin consecuencias si no leyese periódicos ni escuchase noticieros. Si me declarase en vacaciones y me fuese a Coche, por ejemplo. El problema es que tengo la mala costumbre de cuestionar y para cuestionar tienes que estar informado. Y es allí donde la caída de 20 % en las reservas internacionales o las denuncias de Américo de Grazia le arruinan el café a uno. En Guayana existe el Cartel del hierro, el cartel de la cabilla, el cartel del aluminio y el cartel del oro. Eso, sin entrar a explorar la existencia o no de los tradicionales narcocarteles. Todo esto, por cortesía de la amable presencia e impune maniobra de los testaferros de la ya no tan nueva élite nacional: la revolucionaria.
Guayana no es un caso aislado. Ojalá. Guayana es un microcosmos del macrocosmos de corrupción en el cual se ha convertido todo el país. Y si, es cierto, no hay instituciones que controlen la voracidad de quienes detentan cargos de poder. No hay quien ponga coto al descaro de quienes heredan La Casona y cuelgan fotos en Instagram. No hay una Ley de Acceso a la Información que obligue a los funcionarios públicos a declarar su patrimonio antes de juramentarse. No hay controles. Pero tampoco hay una brújula moral.
Es imposible ignorar que, de algún modo, nos hemos convertido en una sociedad de cómplices. Sin quererlo, claro. La avalancha de escándalos es tal que la capacidad de asombro del ciudadano se ha convertido en un bien escaso. Pero la capacidad de reacción también. Y la indignación no pasa de ser una mueca, un disgusto privado. Por omisión o por cansancio hemos optado por encogernos de hombros y todos sabemos los nombres de los testaferros y de los delincuentes. Todos sabemos quiénes están dilapidando el país, quiénes nos han convertido en una República Forajida. Todos sabemos cuáles fortunas son mal habidas y quién tiene un doble o un triple discurso. Todos sabemos que la nueva aristocracia, la nueva gente de abolengo, los nuevos 12 apòstoles se apellidan Flores, Chávez, Cabello, Ramírez y Rangel, por ejemplo.
Y no hacemos nada al respecto.
Y esa parálisis nos vuelve cómplices, nos vuelve co-testaferros.
"¿Te vas a quedar pobre si todos están robando?". La frase regresa feroz, punzante...Y me quedo pensando que no parece lejano el día en que escuche a algún niño en la calle decirle a su madre:
"mami, cuando sea grande, yo quiero ser testaferro".
martes, 16 de julio de 2013
Viajes de Placer...
Excelente campaña con la que me topé hoy. Y es que nunca está de más insistir...
jueves, 6 de junio de 2013
Eurídice Ledezma
¿Cuál
es el perfil del jubilado de PDVSA? ¿Es cierto que tiene pensiones
milmillonarias o esto es un mito? ¿Cuánto le cuesta cada jubilado a PDVSA?
¿Cuánto ha perdido cada jubilado tras la estafa Illarramendi al Fondo de
Pensiones? ¿Queda algo del Fondo de Pensiones? Y más aún: ¿Podrá PDVSA cumplir
con sus compromisos en cuanto a pasivos laborales en los próximos años?
¿CUÄNTO CUESTA UN JUBILADO?
En
2002 Hugo Chávez acusó a los pensionados de PDVSA de percibir pensiones de
oligarcas y advirtió que esto tendría que acabar, pues la estatal tenía que
jugar un rol clave en la política social de la Revolución Bolivariana. Esta,
sin duda, fue una promesa cumplida: hoy en día 85 por ciento del universo de
profesionales, técnicos y obreros jubilados de PDVSA recibe la pensión mínima
de 2.600 Bs más una suma casi idéntica por concepto de tarjeta electrónica de
alimentación. De este ajuste lineal u homologación hacia abajo se han encargado
la Junta Directiva de PDVSA, la inflación y otra serie de factores
macroeconómicos y de índole sociopolítica.
Con
una edad promedio de 70 años y una alta concentración en Distrito Capital y
Zulia, del universo de 25.000 jubilados, 21.250 perciben pensión mínima. Si a
la pensión y la TEA le sumáramos un monto promedio aproximado por los
medicamentos para atender los “cronicismos” -digamos que otros 2.600 bolívares
mensuales- eso sumaría 8 mil Bs mensuales. Podemos, entonces, iniciar una serie de estimaciones -un tanto
aventuradas, por supuesto- que nos llevarían a concluir que cada uno de esos
jubilados le cuesta a PDVSA -excluyendo el HCM- menos de 100 mil bolívares por
año: 96 mil bolívares, para ser más precisos. Y si seguimos infiriendo, nos
atrevemos a seguir empujando las cifras y transformamos ese monto al cambio del
dólar no oficial -imaginemos 29 Bs- resultaría que PDVSA paga por cada jubilado
un aproximado de 3.310 dólares al año. Si multiplicamos esa cifra por los 21
mil 250 jubilados estaríamos hablando de un monto total de 70.337.500 dólares
anuales. Eso sin incluir el 15 por ciento que está por encima de la pensión
mínima. Por supuesto, todas estas son estimaciones un tanto caprichosas sin la
data dura de PDVSA. Tal vez, incluso, un ejercicio mental estéril. Pero valdría
la pena conocer ese dato. ¿No?
EL BASTONAZO
A
las 9 de la mañana del 29 de mayo de 2013 hay una pancarta solitaria recostada
contra un árbol, tres señoras y un hombre de mirada aguerrida y piel tostada
que sostiene, descuidadamente, un megáfono. La primera impresión hace pensar
que la convocatoria a una protesta de jubilados denominada El Bastonazo ha sido
un fracaso. Pero no es así. El hombre de mirada intensa -que resulta ser líder
de la FUTEPV- asegura que cerca de 100 jubilados han ingresado al edificio y se
encuentran en la Oficina de Atención al Jubilado o en Recursos Humanos.
Mediante un pequeño ardid que implica ser la esposa de Pedro Vegas, un señor
muy distinguido y alto que ha accedido a servirme de salvoconducto, mi cámara
fotográfica y yo ingresamos a la sede principal de PDVSA en La Campiña.
Adentro
se encuentra ya Alvaro Malavé, un señor bajito y robusto vestido de negro que
apoya su pesada -pero hedonista- cadencia en un bastón de madera labrada que
uno de sus hijos le ha traido de Dubai. Malavé era subalterno de Vegas en el
Departamento de Recursos Humanos y la dinámica entre ambos parece no haber
cambiado con el proceso de jubilación y los años que los separan de su
condición de empleados activos de PDVSA. No logro evitar pensar que estoy
flanqueada por una suerte de Don Quijote y Sancho Panza del Caribe que, muy
amablemente, intentan garantizar que mi objetivo de presenciar la protesta
desde adentro llegue a feliz término sin percances. Sin embargo, es también
inevitable percibir que Vegas y Malavé son extranjeros, casi desterrados, de la
nueva PDVSA. Esa que “es de todos”. Caminan desorientados y con cierto temor de
hacer preguntas. Parecieran desear ser invisibles -quizás por mi causa- sin
tener plena conciencia de que ya lo son.
En
uno de los ires y venires por los pasillos observamos a la izquierda, tras un
ventanal de cristal, una larga fila de gente degustando un apetitoso buffet. Al
fondo hemos dejado un “operativo” de créditos para la adquisición de vehículos
auspiciado por el Banco de Venezuela y hemos esquivado un pequeño grupo de
niños de unos 6 ó 7 años que siguen a su maestra con sus sonrisas frescas. Un
poco más allá, también a la izquierda, observamos un artesanal monumento que
parece ser el recordatorio de la Cruz de Mayo. Al acercarnos nos percatamos,
sin mucho asombro, que es una suerte de ofrenda floral con cruz y objetos
diversos al difunto Presidente Hugo Chávez.
No sé si es Don Quijote o Sancho, pero alguno de los dos hace una mueca
de rechazo y dice: “para esto fue lo que quedó PDVSA”.
Subimos
a la Oficina de Atención al Jubilado. Nadie. Vamos a Recursos Humanos. No saben
nada. Volvemos a la Planta Baja. Vegas se decide valientemente a enfrentar los
molinos y pregunta. Ha escuchado a uno de los vigilantes hacer un comentario.
Los jubilados están en el Auditorio Simón Bolívar. Subimos por las escaleras.
Malavé hace un enorme esfuerzo por seguir el apurado ritmo de Vegas y,
resoplando, sube mezzanina y piso uno para recordar que tiene prótesis en ambas
rodillas. Un muchacho muy joven hace las veces de seguridad y guía de sala.
Finalmente, entramos. Son, ciertamente cerca de 100 ó 120 personas sentadas en
un auditorio muy mal iluminado. Al traste se va mi idea de retratarlos. Los
tres nos sentamos al fondo. En la tarima alguien enumera una serie de quejas.
Son señores mayores, casi 60 de ellos han venido de la Costa Oriental del Lago,
de Cabimas. Se los reconoce porque casi todos tienen la piel tostada por el sol
y pesadas bolsas marrón oscuro en las que llevan harina pan y azúcar. “En Zulia
no se consigue aceite, ni harina pan, ni pasta dental”. También asisten los
Comités de Damas de varias seccionales del interior y otro grupo de Carabobo,
la región andina y el Tigre.
La
protesta fue autogestionada. El gerente de la Seccional de Cabimas, José
Mogollón y el Director regional, Henry Morales organizaron a sus representados.
Martín Marcano, mirada ámbar y manos recias, me cuenta que cada uno pagó 100 Bs
para venirse en un autobús expreso desde Cabimas. Él también tiene una bolsa en
la que lleva harina y azúcar. Ha venido con sus compañeros, pues luego de 7
años de haber salido de la estatal todavía se le adeudan 4 vacaciones vencidas.
Me asegura que casi todos sus compañeros de viaje y de protesta están en la
misma situación aunque, días más tarde, cuando conversamos vía telefónica me
asegura que la atención de la clínica de PDVSA en Zulia es muy buena “no me
puedo quejar de PDVSA. Sería un ingrato si me quejara”.
Marcano
era capitán de lancha. Trabajó 28 años en la industria petrolera a la cual
ingresó por el impulso de su padre, Martín Marcano Ríos, -Capitán de puertos-,
que le sacó los papeles de marino cuando tenía 21 ó 22 años. Su padre llegó a
Zulia desde Margarita con la primera oleada de marinos: “ellos fueron los que
pararon esto aqui”. Percibe la pensión mínima, 2.600 Bs. ¿Y le alcanza? “Bueno,
hay veces que hay que estirarla”. A la pregunta de si ha tenido miedo de
participar en la protesta o si ha recibido amenazas responde: “Hacemos la
protesta sin abusar ni nada. Pacífica. Tranquilo y con buen corazón y cariño
nos atendieron”.
Dentro
del Auditorio Simón Bolívar no hay periodistas. Como ya es habitual y sin una
Ley de Acceso a la Información Pública, los reporteros de la fuente han debido
conformarse con cubrir la noticia desde afuera. Cuando ellos llegan, algunos de
los jubilados, -cansados del viaje o en plan de socializar-, se muestran
remolones y se resisten a bajar. Desciende un pequeño grupo que es el que
finalmente sale en las fotos de los medios nacionales. Son más. Son más en la
protesta. Son muchos más en total a nivel nacional. Todos afectados por la
misma problemática.
PROHIBIDAS LAS EMERGENCIAS
PDVSA
ha contratado pólizas de seguro que cubren la obviamente insuficiente cifra de
250 Bs anual por trabajos odontológicos. Hace alrededor de 7 años redujo la cobertura anual de cada
jubilado de 114 mil Bs a 57 mil, los cuales, en gran parte, son absorbidos por
la atención de los “cronicismos”. Masrua, Presidente encargado de AJIP, sin
embargo, asegura que “al César lo que es del César. Hasta ahora PDVSA siempre
ha respondido en cada caso que se ha excedido el límite en la cobertura de un
jubilado”.
Pero
la tensión que genera la discrecionalidad no es poca. Derechos y
reivindicaciones laborales que tendrían que estar garantizados reposan sobre la
buena voluntad del trabajador activo que atienda cada caso. El azar puede hacer
trampa. Hay casos, por ejemplo, en los cuales la atención de emergencias
médicas toma de sorpresa a los hijos que, al ingresar a las clínicas, se
encuentran con la exigencia de una carta aval para que el seguro de PDVSA sea
aceptado. La definición misma de emergencia niega la posibilidad de contar con
una carta aval que, regularmente, se demora entre una semana y quince días en ser
emitida. Si hay suerte -y recursos- los hijos pagan la factura y esperan por el
reembolso para encontrarse con que sólo se les aprueba 75 por ciento del monto,
pues no esperaron la clave, no solicitaron la carta aval. Discrecionalidad.
Azar.
Al
disgusto, sorpresa y vergüenza que genera la respuesta: “No aceptamos seguro de
PDVSA porque no nos ha pagado” se suma la angustia de la inflación que devora
los 2700 Bs mensuales aportados a través de la tarjeta electrónica de
alimentación. Con una canasta básica que ya en abril se ubicaba en 9.883 Bs ese
monto desaparece velozmente en los primeros quince días del mes. Especialmente,
si el jubilado debe adquirir medicinas para el tratamiento de sus cronicismos
en virtud de los retrasos que vienen presentando las farmacias proveedoras de
PDVSA.
Apenas
el pasado 18 de febrero de 2013 Luis Borges, Director de la Junta Directiva de
la Región Capital, firmaba una misiva dirigida a Waldo Ravello de la Gerencia
de Salud de PDVSA. En ella señalaba que, desde octubre de 2012 hasta esa fecha,
la Fundación Sana Salud, -una de las principales proveedoras de medicamentos
para la atención de “cronicismos”-, no estaba suministrando los mismos. Ello
implicaba que cada jubilado con hipertensión o afecciones cardíacas, por
ejemplo, debía comprar sus medicinas para luego solicitar el reembolso. Esto no
es ya ni inusual ni extraño.
Ciertamente,
el jubilado promedio de la industria petrolera vive con algunas garantías más
que el de otros sectores, pero es fácil detectar una sozobra, un susto, un
exceso de adrenalina cada vez que a un jubilado se le habla de la situación
financiera de la empresa que ayudó a construir casi desde cero. El temor al
incumplimiento de pago de las pensiones es un fantasma casi tangible. La
situación financiera de PDVSA es objeto de preocupación para muchos.
PDVSA EN ROJO
En
1998 PDVSA aseguraba que la producción petrolera nacional era de 3.329.000 barriles diarios y los estados
financieros presentados por Espiñeira Sheldon y Asociados reflejaban una deuda
total de 7 mil millones (7. 102.000.000) de dólares con un precio promedio del
barril de 10,57 dólares. Al cierre de 2012 y según la auditoría realizada por
la firma KPMG la deuda financiera de la estatal es de 40 mil millones
(40.026.000.000) de dólares -sin considerar cuentas por pagar a proveedores,
ISLR, beneficios a empleados activos y jubilados ni los posibles pagos por
arbitrajes internacionales, entre otros- y con un precio promedio del barril de
petróleo que los expertos sitúan entre 102 y 104 dólares.
Las
cifras dan vértigo. Simplifiquemos. La deuda financiera consolidada de PDVSA
creció 563 por ciento entre 1998 y 2012 y no muestra señales de detener esa
tendencia. Al contrario, las cifras estimadas al cierre del primer cuatrimestre
la ratifican. Por cierto, dos detalles: el primero, del total de la deuda sólo
está justificado 6,2 por ciento. Entiéndase: 93,8 por ciento no se sabe a qué
se dedica. El segundo, apenas ayer, PDVSA se endeudó con el gobierno chino por
4.015 millones de dólares a cuenta del acuerdo con Sinovensa.
En
ese contexto financiero, es fácil darle veracidad a la tesis de que el Fondo de
Pensiones de los jubilados de PDVSA se está utilizando como caja chica. Y
decimos se está utilizando porque de acuerdo a la estimación del Presidente
encargado de AJIP, Felipe Masrua, Francisco Illarramendi “sólo” habría
malversado cerca de 600 millones de dólares de un total de 2 mil millones de
dólares que sería la cifra real de lo que tendría este fondo. La pregunta obvia
allí es: ¿existe todavía ese capital? ¿dónde está ese dinero? ¿existe la
posibilidad real de que los jubilados accedan a los intereses que les
corresponden y que PDVSA no paga desde hace más de 7 años?
AJIP
no interviene en la gestión de su propio dinero desde la misma creación del
Fondo que tuvo lugar en 1993. Cuando los propios representantes del sector
optaron por dejar en manos de la Dirección de Finanzas de PDVSA la labor de
invertir y multiplicar el dinero aportado por los empleados en situación de
retiro. La decisión obedeció a que confiaban en la estatal y sus
procedimientos, en una gestión transparente. A la luz de los acontecimientos,
esa percepción ha cambiado drásticamente y AJIP y sus afiliados, alrededor de
14 mil de un universo de 25 mil jubilados, han planteado la necesidad de
obtener más control y supervisión de unos fondos de los cuales son, por
estatutos, los legítimos y únicos beneficiarios.
¿QUEDA ALGO?
Masroua
atribuye la desmejora de los beneficios a “un mal diseño del plan de
jubilación. Se han hecho ajustes lineales. Sin considerar el sueldo base que
devengaba el ex-trabajador cuando era activo. Ha intervenido la inflación...”
La Asociación de Jubilados de la Industria Petrolera, AJIP, fue creada hace 38
años y tiene alrededor de 14 mil asociados, -cerca de 60 por ciento del
universo total ya que la afiliación es opcional-. Cuenta con una Oficina
Central Directiva en Caracas y 8 oficinas regionales cada una con sus
seccionales. En total 33 oficinas a nivel nacional. Aún así, carta tras carta,
solicitud tras solicitud, llamada tras llamada, Victor Aular, actual Director
de Finanzas de PDVSA, ignora con eficiencia su existencia y demandas. Masroua
no es un hombre débil. Al contrario, parece un vaquero de manos enormes y voz
potente, realista al punto del escepticismo, pero dispuesto a dar la batalla de
la manera más eficiente que conoce: negociando, presionando, argumentando. El
problema parece ser la falta de interlocución.
Cuenta
que antes -antes- la propia asociación entregó el control del Fondo de
Pensiones a PDVSA con la confianza de que había transparencia en el manejo de
ese capital. Cuenta que se hacían inversiones en Venezuela y en el extranjero.
Y que la banca nacional hacía préstamos overnight. Eran sólo “papeles” y
algunos inmuebles. Se rendían cuentas anualmente. Cuenta que una vez la Caja de
Ahorros de Maraven ganó 120 por ciento y eso ocasionó sanciones a la directiva.
Habían hecho inversiones riesgosas. Cuenta que el Fondo de Pensiones es dueño
del antiguo edificio de la Embajada Americana en la Floresta. Que allí
funcionan como 5 empresas y no pagan alquiler. Le pidieron a PDVSA que se los
entregara, pues ese edificio es de los
jubilados y ellos lo quieren administrar. No han contestado.
-Pero
eso son minucias comparado con el capital del fondo. El Fondo de Pensiones es
un monstruo tiene más dinero que cualquier banco en este país.
-¿Ustedes
están tratando ahorita de recuperar el control del Fondo?
-De
recuperarlo, no, porque nunca lo hemos tenido.
-¿De
tenerlo entonces? Están negociando eso.
-Jamás
en la vida. ¿Cómo manejamos nosotros ese monstruo? ¿Sabes cuánto dinero tiene
el Fondo de Pensiones? Oyeme la cifra: en dólares 2 mil millones de dólares y
en bolívares 2 billones.
-¿Aún
después de la estafa de Illarramendi?
-La
estafa de Illarramendi tumbó 600 millones de dólares. Bueno, eso no es tan
cierto. De los 600 millones 400 eran nuestros y 200 de los activos.
-PDVSA
nunca se involucró en la demanda a pesar de la oferta de Ramírez, ¿no?
-Es
que no puede involucrarse porque no es parte. PDVSA se buscó al bandido de
Illarramendi. Hay un juicio penal y un juicio civil.
-Pero
Ramírez ofreció...
-Cuento
de camino. Ellos contrataron un bufete de abogados allá en Connecticut para que
le haga seguimiento al juicio. Para que vaya todos los días al tribunal y lea
el expediente.
-¿Más
nada?
-Más
nada.
-¿Ningún
otro objetivo?
-No,
no. “Manténme informado. Yo te contrato para que me mantengas informado”.
-¿Qué
pasará cuando le dicten sentencia a Illarramendi y los demás involucrados? ¿Qué
pasa con el dinero?
-Son
dos cosas diferentes. Hay un juicio penal y hay un juicio civil. El “receiver”
-lo que aquí en Venezuela llamamos el síndico de la quiebra- le pidió al juez
que le diera pròrrogas y el juicio ha estado paralizado. Pero creo que ya el
juez se cansó y dijo que, de lo que se consiga, se indemnizará primero a los
nacionales de Estados Unidos y después a los extranjeros.
-Pero
la demanda señala que la mayor parte de los fondos malversados eran de
ciudadanos off-shore, no de ciudadanos norteamericanos. ¿Cuántos ciudadanos
norteamericanos habría?
-No
tengo ni idea. Pero tampoco lo veas por ciudadano sino por capitales. Porque a
lo mejor tú eres uno pero te deben 100 millones.
-
¿Y es una expectativa realista esperar
recuperar algo de este monto?
-
Creo que si. He visto que se encontró
dinero. Y Ramírez en alguna oportunidad dijo que si no lo pagan PDVSA asumiría.
Pero...¿Qué van a pagar si se están endeudando con todo el mundo? ¿Qué van a
preocuparse de los jubilados y sus 400 millones?
-
¿Y los otros reales?
-
¿Ah?
-
Los otros. Porque estamos hablando de 2
mil millones de dólares.
-
Bueno, los otros se supone que están
colocados.
-
¿Por parte de PDVSA?
-
Del Fondo de Pensiones.
-
¿Pero tienen certeza de eso? De que
están colocados. ¿Saben dónde están? ¿Tienen informes?
-
Ellos se supone que tienen que
rendirnos cuentas todos los años. A través de los estados financieros
auditados.
-
Y eso no está sucediendo.
-
¿Tú sabes cuándo fue la última vez que
nos rindieron cuentas?
-
No.
-
El año 2002.
¿CUÄNTO HA PERDIDO CADA JUBILADO?
Intentar
determinar cuánto ha perdido cada jubilado en los últimos 7 u 8 años implicaría
casi bucear en las finanzas de PDVSA. El propio Masrua no se anima a hacer un
cálculo. Señala que el monto es individual. De acuerdo al sueldo que se
devengaba al salir de la estatal.
Pero cuando, José Fuentes de la Seccional
Cabimas, menciona desde la tarima el tema del Fondo de Pensiones y a los
culpables del desfalco se escuchan voces de todas partes del Auditorio Simón
Bolívar:¡Illarramendi... Eudo Mario Carruyo!... Nadie se atreve a mencionar
otros nombres. Todos están empapados en el caso: la estafa de la cual han sido
objeto y por la cual nadie parece responder. Illarramendi se ha declarado
culpable de fraude de valores, fraude electrónico y conspiración para obstruir
a la Justicia ante el Juez que conoce la demanda interpuesta por la Comisión de
Valores de Connecticut en enero de 2011. Dos años después, el estratégico
cambio de abogados y los diferimientos en las audiencias, han retardado la
sentencia pero se esperan resultados. Hay 25 mil almas esperando resultados. Y
compensación.
lunes, 27 de mayo de 2013
Confieso que soy una persona feliz
Lo sè.
Muy probablemente esta sea una declaraciòn pùblica de insania mental.
O de negaciòn del caos.
O de evasiòn emocional.
O, -¿por què no?- de todas las anteriores.
Pero es que de veras soy feliz a diario. No las 24 horas del dìa. Tampoco exageremos.
Frustraciòn, rabia, tristeza tambièn integran la gama de emociones que experimento cada dìa. Pero, en general, he descubierto que soy una persona feliz. Mucho. Y muy frecuentemente.
En medio de una crisis polìtica de dimensiones casi titànicas y viviendo en una de las ciudades màs violentas y peligrosas del mundo, a mi se me ocurre que soy feliz. Y es que lo soy. No porque lo elija, no es una decisiòn que me fuerzo a tomar. Màs bien parece que forma parte de mi constituciòn psìquica y emocional.
La verdad no sè còmo pasò esto, còmo me convertì en esta cazadora de instàntaneas bonitas, suaves, dulces. Pero una tarde rosa del cielo caraqueño y hallarme en medio de la ruta de decenas de guacamayas gritonas que sortean àrboles de mango y antenas de azoteas, me llena de gozo. Se me antoja una bendiciòn enorme.
O caminar calle arriba y toparme con el ùnico gato albino que haya visto en mi vida y, un poco más allá, descubrir un cactus color esmeralda lleno de extrañas flores naranja-coral-rubì o ver tres pares de morochos en un mismo lugar me hace sonreir.
Y es que parece que por fin aprendì a observar. Siempre supe escuchar pero mi capacidad de ver, de realmente VER, no estaba desarrollada. Parece que ahora comienzo a discriminar las capas de lo que me circunda con la vocaciòn de aceptar y valorar lo que la vida me ofrece.
Y es curioso. Muy curioso. Mis cuentas bancarias estàn en estado casi comatoso. Mi vida amorosa es màs un sobresalto que otra cosa. Y mis metas y objetivos por lograr conforman una lista larga. Enorme. Y aùn asì, en contra de toda probabilidad, soy feliz cada dìa.
No significa que tengo una sobredosis de incienso o que me abstraigo de lo que me rodea. No voy por ahi con una risa bobalicona ni con un rosario que me proteja de las decepciones. Las tengo. Cada ve que veo un animal abandonado mi corazòn se rompe un poco. O mucho. Depende del dìa. O cuando siento el olor a mendigo y noto que alguien duerme mal arropado en un banco de plaza o en una esquina cualquiera. O cuando me tropiezo con alguien que ha olvidado que decir "buenos dìas" y "gracias" es gratis y no gasta neurona alguna.
Esta puede ser una ciudad muy hostil y agresiva cuando uno va por ahì con el corazòn abierto. Pero tambièn puede sorprenderte con regalos y bendiciones que hemos dejado de apreciar. Porque si, es cierto, Globovisiòn cambiò de lìnea editorial y, definitivamente, esta Revoluciòn sòlo ha sido un feroz cambio de èlite, pero lo permanente, lo verdaderamente importante, lo que toca el alma y las cosas pequeñas, sigue estando allì para quienes estamos dispuestos a verlas. Y si a alguien le da por ilegalizar la felicidad tendràn que empezar por los locos como yo que cazamos instantes de alegrìa y tenemos el descaro de declarar, en medio del caos, que somos felices.
Porque si, lo confieso: soy una persona feliz. Y pienso seguir sièndolo.
Me bastarà escuchar el primer grito de las guacamayas mañana temprano para volver a sonreir.
Muy probablemente esta sea una declaraciòn pùblica de insania mental.
O de negaciòn del caos.
O de evasiòn emocional.
O, -¿por què no?- de todas las anteriores.
Pero es que de veras soy feliz a diario. No las 24 horas del dìa. Tampoco exageremos.
Frustraciòn, rabia, tristeza tambièn integran la gama de emociones que experimento cada dìa. Pero, en general, he descubierto que soy una persona feliz. Mucho. Y muy frecuentemente.
En medio de una crisis polìtica de dimensiones casi titànicas y viviendo en una de las ciudades màs violentas y peligrosas del mundo, a mi se me ocurre que soy feliz. Y es que lo soy. No porque lo elija, no es una decisiòn que me fuerzo a tomar. Màs bien parece que forma parte de mi constituciòn psìquica y emocional.
La verdad no sè còmo pasò esto, còmo me convertì en esta cazadora de instàntaneas bonitas, suaves, dulces. Pero una tarde rosa del cielo caraqueño y hallarme en medio de la ruta de decenas de guacamayas gritonas que sortean àrboles de mango y antenas de azoteas, me llena de gozo. Se me antoja una bendiciòn enorme.
O caminar calle arriba y toparme con el ùnico gato albino que haya visto en mi vida y, un poco más allá, descubrir un cactus color esmeralda lleno de extrañas flores naranja-coral-rubì o ver tres pares de morochos en un mismo lugar me hace sonreir.
Y es que parece que por fin aprendì a observar. Siempre supe escuchar pero mi capacidad de ver, de realmente VER, no estaba desarrollada. Parece que ahora comienzo a discriminar las capas de lo que me circunda con la vocaciòn de aceptar y valorar lo que la vida me ofrece.
Y es curioso. Muy curioso. Mis cuentas bancarias estàn en estado casi comatoso. Mi vida amorosa es màs un sobresalto que otra cosa. Y mis metas y objetivos por lograr conforman una lista larga. Enorme. Y aùn asì, en contra de toda probabilidad, soy feliz cada dìa.
No significa que tengo una sobredosis de incienso o que me abstraigo de lo que me rodea. No voy por ahi con una risa bobalicona ni con un rosario que me proteja de las decepciones. Las tengo. Cada ve que veo un animal abandonado mi corazòn se rompe un poco. O mucho. Depende del dìa. O cuando siento el olor a mendigo y noto que alguien duerme mal arropado en un banco de plaza o en una esquina cualquiera. O cuando me tropiezo con alguien que ha olvidado que decir "buenos dìas" y "gracias" es gratis y no gasta neurona alguna.
Esta puede ser una ciudad muy hostil y agresiva cuando uno va por ahì con el corazòn abierto. Pero tambièn puede sorprenderte con regalos y bendiciones que hemos dejado de apreciar. Porque si, es cierto, Globovisiòn cambiò de lìnea editorial y, definitivamente, esta Revoluciòn sòlo ha sido un feroz cambio de èlite, pero lo permanente, lo verdaderamente importante, lo que toca el alma y las cosas pequeñas, sigue estando allì para quienes estamos dispuestos a verlas. Y si a alguien le da por ilegalizar la felicidad tendràn que empezar por los locos como yo que cazamos instantes de alegrìa y tenemos el descaro de declarar, en medio del caos, que somos felices.
Porque si, lo confieso: soy una persona feliz. Y pienso seguir sièndolo.
Me bastarà escuchar el primer grito de las guacamayas mañana temprano para volver a sonreir.
jueves, 18 de abril de 2013
Entre el ruido...
Luego de cuatro días de furiosos cacerolazos en Caracas creo que ya empiezo a ver los diferentes niveles, los diferentes colores, los diferentes tipos. Y es que si, hasta las cacerolas tienen su diversidad. Existen de muchas clases:
La cacerola solitaria. Esa es la primera. Pionera. La que descarada y sin tapujos hace un llamado exigente e imperativo a las que no se han dado cuenta de que ya llegó la hora.
La neurótica. Esa que suena nerviosa, agitada, a un ritmo frenético. Tiqui tiqui tiqui!!!!
La bonchona. Tiene ritmo. No puede evitarlo. Aunque está protestando por su voto se le sale el tumbao barloventeño y dale, hueso, hueso!!!
La solidaria. Esa que suena medio desganada. Cansada. Pero que siente empatía por el vecino que está fajado dándole a su olla al frente.
La picada. La que compite con el vecino a ver quien suena más duro, quien aguanta más.
La paranoica. La que suena a oscuras y a gatas. Tímida. Aguda. Intermitente.
La aniquiladora. Es esa que va sacando las ollas más caras y le da con furia.
La acuciosa. Esa que va probando los sonidos en latas, potes, ollas y hasta bandejas para muffins.
La fashion. Entaconada y perfumada para protestar.
La dolida. Esa que ve los cohetes pro-oficiales y se pregunta hasta cuándo la van a atropellar.
La fascista. La que obliga a las demás a continuar a pesar del dolor en el manguito rotador y las muñecas.
Pero hay una que es la más peligrosa. Es letal: La muda. La mental. La que no suena pero disiente. Y se rebela.
De todos los tipos he escuchado esta semana en la que casi 7 millones y medio de venezolanos, la mitad del universo votante nacional -sin contar a los que se abstienen- se niegan a dejarse invisibilizar.
Las cacerolas tienen un mensaje: esos 7 millones y medio de venezolanos existen y tienen derechos civiles, humanos, políticos y electorales.
Y lo más importante: se niegan a dejarse callar.
La cacerola solitaria. Esa es la primera. Pionera. La que descarada y sin tapujos hace un llamado exigente e imperativo a las que no se han dado cuenta de que ya llegó la hora.
La neurótica. Esa que suena nerviosa, agitada, a un ritmo frenético. Tiqui tiqui tiqui!!!!
La bonchona. Tiene ritmo. No puede evitarlo. Aunque está protestando por su voto se le sale el tumbao barloventeño y dale, hueso, hueso!!!
La solidaria. Esa que suena medio desganada. Cansada. Pero que siente empatía por el vecino que está fajado dándole a su olla al frente.
La picada. La que compite con el vecino a ver quien suena más duro, quien aguanta más.
La paranoica. La que suena a oscuras y a gatas. Tímida. Aguda. Intermitente.
La aniquiladora. Es esa que va sacando las ollas más caras y le da con furia.
La acuciosa. Esa que va probando los sonidos en latas, potes, ollas y hasta bandejas para muffins.
La fashion. Entaconada y perfumada para protestar.
La dolida. Esa que ve los cohetes pro-oficiales y se pregunta hasta cuándo la van a atropellar.
La fascista. La que obliga a las demás a continuar a pesar del dolor en el manguito rotador y las muñecas.
Pero hay una que es la más peligrosa. Es letal: La muda. La mental. La que no suena pero disiente. Y se rebela.
De todos los tipos he escuchado esta semana en la que casi 7 millones y medio de venezolanos, la mitad del universo votante nacional -sin contar a los que se abstienen- se niegan a dejarse invisibilizar.
Las cacerolas tienen un mensaje: esos 7 millones y medio de venezolanos existen y tienen derechos civiles, humanos, políticos y electorales.
Y lo más importante: se niegan a dejarse callar.
Cartas del Comandante
Recojo algunas notas de una carta escrita por Hugo Rafael Chávez Frías cuando preso en Yare, escribía:
"II-. La Represión indiscriminada. Si bien es cierto que el Estado, organizado por la sociedad civil, recibió en delegación el derecho al empleo de la violencia, es necesario aclarar, sin embargo, que tal recurso debería aplicarse precisamente para asegurar la consecución de los fines supremos del grupo social y nunca en contra de sus intereses. (...)Las fuerzas del poder no ceden; parecieran no entender esta dinámica y se atrincheran tercamente tras el empleo indiscriminado de la violencia represiva.
III-. La Violencia Ilegítima. El arma represiva utilizada con tales fines adquiere un carácter completamente ilegítimo. La violencia aplicada se ve revestida de un manto claramente político, lo cual viola los más elementales principios de la democracia. El Estado ha venido acumulando fuerzas y no duda en su empleo contundente, dramático, sobre la sociedad civil. El Presidente de Venezuela y su Ministro del Interior han puesto en acción dichas fuerzas, de tal manera que sobre la angustiada población venezolana se ha desencadenado un auténtico TERRORISMO DE ESTADO, escondido tras una careta. Las fuerzas policiales, paramilitares y un sector reconocible del estamento militar, se han convertido así en simples pero terribles guardias pretorianos, sostenedores de un régimen ilegítimo y desviado del verdadero rumbo que adquiere la nación.
IV-. La Guerra Civil. Ante tal estado de cosas, sobreviene la confrontación interna del mismo sistema. Las fuerzas que pugnan por la transformación irán radicalizándose y asumiendo claras posiciones de lucha, obligadas por una disyuntiva de existir o perecer.(...)"
Hugo Chávez Frías.
Comandante MBR 200.
Yare Julio de 1992
Documento Del Terrorismo de Estado a la Guerra Civil
Tomado del libro: Documentos de la Revolución Bolivariana/ Alberto Garrido
jueves, 7 de marzo de 2013
Todo personal
No me voy a refugiar en el humor. Hoy no. No me voy a proteger y voy a escribir desde la más pura emoción. Desde la honestidad incómoda en la que normalmente habito.
Fluctúo entre la tristeza y la rabia, la desconfianza y la desesperanza, el desasosiego y la indignación. No soy persona de dar sermones ni proselitismos. Mi única militancia es la de la libertad de pensamiento, expresión y acción. No pretendo decirle a nadie cómo vivir.
Y en este momento, cuando trato de expresar lo que siento todos los libros que he leído en mi vida se vuelven inútiles. No hay ninguna cita-citable que venga a mi memoria. Sólo me queda la certeza de haber vivido que jode. Y de tener, de eso estoy segura, inteligencia vivencial, inteligencia de calle. Y a esa apelo hoy.
Mi identidad primaria es la de persona, la de ser humano. Esa precede, incluso, a la de ser mujer que siento tan poderosamente cada día. Y es en esa identidad primaria, básica, esencial en la que creo. Creo que ser persona, ser gente, tiene que prevalecer sobre cualquier ideología política. Que esa inteligencia vivencial tiene que poder servir para extender puentes que te comuniquen con el otro.
A decir verdad, las ideologías políticas, las religiones, las cosmogonías, los ídolos no me han servido de nada para vivir mi vida. No estaba en mi naturaleza comprarle un manual con instrucciones a nadie. Santo o demonio. Y ha resultado complicado, pues la mayoría prefiere las etiquetas, las instrucciones, las identidades adquiridas incluso cuando pagan por ellas un costo inconmensurable: el de libremente decidir qué pensar, qué sentir, cómo actuar en cada situación, ante cada evento.
No pretendo entrar en el territorio desconocido para mi de la filosofía y las múltiples definiciones que de la libertad pueden hacerse. O entrar en las condicionantes e imposibilidades sociológicas y/o políticas de ser libre. Por ahí no van mis tiros. Lo que digo es que no he buscado conscientemente ponerme limitantes adicionales y eso me ha permitido relacionarme con gente muy variada que ha enriquecido mi vida. Por eso, cuando veo a gente talentosa e inteligente caer en la trampa de la lucha de clases o de la dialéctica irreconciliable de derechas e izquierdas no puedo menos que sentirme desesperanzada. Y cuando escucho a gente que también considero inteligente caer en el juego del insulto fácil o de ignorar la existencia y derechos del otro, pues también.
Después de lo que hemos vivido en este país de 1989 para acá, uno pensaría que habríamos aprendido a respetarnos, a reconocernos, a -por lo menos- sentirnos hermanados como venezolanos. Y si, ese es el tercer nivel de identidad que me recorre, el de ser venezolana.
Pero no.
Lo veo en la calle, en la televisión, en los testimonios de los que lloran y de los que respiran aliviados con la muerte de Hugo Chávez, en las palabras de los líderes revolucionarios, en twitter, en Facebook. Y no puedo evitar esta tristeza profunda. ¿Qué se necesita para encontrarnos? ¿Qué hace falta para respetar la libertad de pensamiento del otro? ¿Qué más hace falta para construir un país en el que quepamos todos sin apartheids de unos o de otros, sin revanchismo ni resentimiento?
Quizás para mi todo es demasiado personal.
Quizás me convendría un poco de ideología.
Fluctúo entre la tristeza y la rabia, la desconfianza y la desesperanza, el desasosiego y la indignación. No soy persona de dar sermones ni proselitismos. Mi única militancia es la de la libertad de pensamiento, expresión y acción. No pretendo decirle a nadie cómo vivir.
Y en este momento, cuando trato de expresar lo que siento todos los libros que he leído en mi vida se vuelven inútiles. No hay ninguna cita-citable que venga a mi memoria. Sólo me queda la certeza de haber vivido que jode. Y de tener, de eso estoy segura, inteligencia vivencial, inteligencia de calle. Y a esa apelo hoy.
Mi identidad primaria es la de persona, la de ser humano. Esa precede, incluso, a la de ser mujer que siento tan poderosamente cada día. Y es en esa identidad primaria, básica, esencial en la que creo. Creo que ser persona, ser gente, tiene que prevalecer sobre cualquier ideología política. Que esa inteligencia vivencial tiene que poder servir para extender puentes que te comuniquen con el otro.
A decir verdad, las ideologías políticas, las religiones, las cosmogonías, los ídolos no me han servido de nada para vivir mi vida. No estaba en mi naturaleza comprarle un manual con instrucciones a nadie. Santo o demonio. Y ha resultado complicado, pues la mayoría prefiere las etiquetas, las instrucciones, las identidades adquiridas incluso cuando pagan por ellas un costo inconmensurable: el de libremente decidir qué pensar, qué sentir, cómo actuar en cada situación, ante cada evento.
No pretendo entrar en el territorio desconocido para mi de la filosofía y las múltiples definiciones que de la libertad pueden hacerse. O entrar en las condicionantes e imposibilidades sociológicas y/o políticas de ser libre. Por ahí no van mis tiros. Lo que digo es que no he buscado conscientemente ponerme limitantes adicionales y eso me ha permitido relacionarme con gente muy variada que ha enriquecido mi vida. Por eso, cuando veo a gente talentosa e inteligente caer en la trampa de la lucha de clases o de la dialéctica irreconciliable de derechas e izquierdas no puedo menos que sentirme desesperanzada. Y cuando escucho a gente que también considero inteligente caer en el juego del insulto fácil o de ignorar la existencia y derechos del otro, pues también.
Después de lo que hemos vivido en este país de 1989 para acá, uno pensaría que habríamos aprendido a respetarnos, a reconocernos, a -por lo menos- sentirnos hermanados como venezolanos. Y si, ese es el tercer nivel de identidad que me recorre, el de ser venezolana.
Pero no.
Lo veo en la calle, en la televisión, en los testimonios de los que lloran y de los que respiran aliviados con la muerte de Hugo Chávez, en las palabras de los líderes revolucionarios, en twitter, en Facebook. Y no puedo evitar esta tristeza profunda. ¿Qué se necesita para encontrarnos? ¿Qué hace falta para respetar la libertad de pensamiento del otro? ¿Qué más hace falta para construir un país en el que quepamos todos sin apartheids de unos o de otros, sin revanchismo ni resentimiento?
Quizás para mi todo es demasiado personal.
Quizás me convendría un poco de ideología.
jueves, 24 de enero de 2013
HENDRIX
A propósito de lo personal que puede ser para muchos de nosotros el 23 de enero de 1958 y acerca de los tributos personales...
Hendrix/ Caracas 13 de enero de 2012.
Hendrix/ Caracas 13 de enero de 2012.
Me
acusaron muchas veces de ser como tú,
atrapada
en mis quimeras y mis letras.
¡Artista!
Escupieron.
¡Bohemia!
Insultaron.
Oculté
muchas veces mis orejas como ovnis
y
miré mis manos y mis piernas
¡Idénticas!
Sentenciaron.
Y
aún así yo no sabía bien quién eras.
Te
busqué en un obituario amarillo.
En
el rojo de tus amigos.
En
el sepia de una mirada perdida.
En
el negro de un olvido.
En
la niebla de tus utopías incumplidas.
Pero
siempre faltaba más de una pieza.
Demasiados
vacíos.
Y
silencios.
Y
conjeturas.
Y
acertijos.
Inasible
y ajeno.
Indescifrable
como tu letra en ese cuaderno perdido.
El
Poeta, el Diablo, el único Ledezma que ha servido...
Mi
padre. Ese extraño incomprendido.
Mi
propio y personal poeta maldito.
El
Jimi Hendrix de mi hastío.
jueves, 10 de enero de 2013
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