Luego de cuatro días de furiosos cacerolazos en Caracas creo que ya empiezo a ver los diferentes niveles, los diferentes colores, los diferentes tipos. Y es que si, hasta las cacerolas tienen su diversidad. Existen de muchas clases:
La cacerola solitaria. Esa es la primera. Pionera. La que descarada y sin tapujos hace un llamado exigente e imperativo a las que no se han dado cuenta de que ya llegó la hora.
La neurótica. Esa que suena nerviosa, agitada, a un ritmo frenético. Tiqui tiqui tiqui!!!!
La bonchona. Tiene ritmo. No puede evitarlo. Aunque está protestando por su voto se le sale el tumbao barloventeño y dale, hueso, hueso!!!
La solidaria. Esa que suena medio desganada. Cansada. Pero que siente empatía por el vecino que está fajado dándole a su olla al frente.
La picada. La que compite con el vecino a ver quien suena más duro, quien aguanta más.
La paranoica. La que suena a oscuras y a gatas. Tímida. Aguda. Intermitente.
La aniquiladora. Es esa que va sacando las ollas más caras y le da con furia.
La acuciosa. Esa que va probando los sonidos en latas, potes, ollas y hasta bandejas para muffins.
La fashion. Entaconada y perfumada para protestar.
La dolida. Esa que ve los cohetes pro-oficiales y se pregunta hasta cuándo la van a atropellar.
La fascista. La que obliga a las demás a continuar a pesar del dolor en el manguito rotador y las muñecas.
Pero hay una que es la más peligrosa. Es letal: La muda. La mental. La que no suena pero disiente. Y se rebela.
De todos los tipos he escuchado esta semana en la que casi 7 millones y medio de venezolanos, la mitad del universo votante nacional -sin contar a los que se abstienen- se niegan a dejarse invisibilizar.
Las cacerolas tienen un mensaje: esos 7 millones y medio de venezolanos existen y tienen derechos civiles, humanos, políticos y electorales.
Y lo más importante: se niegan a dejarse callar.
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