Lo sè.
Muy probablemente esta sea una declaraciòn pùblica de insania mental.
O de negaciòn del caos.
O de evasiòn emocional.
O, -¿por què no?- de todas las anteriores.
Pero es que de veras soy feliz a diario. No las 24 horas del dìa. Tampoco exageremos.
Frustraciòn, rabia, tristeza tambièn integran la gama de emociones que experimento cada dìa. Pero, en general, he descubierto que soy una persona feliz. Mucho. Y muy frecuentemente.
En medio de una crisis polìtica de dimensiones casi titànicas y viviendo en una de las ciudades màs violentas y peligrosas del mundo, a mi se me ocurre que soy feliz. Y es que lo soy. No porque lo elija, no es una decisiòn que me fuerzo a tomar. Màs bien parece que forma parte de mi constituciòn psìquica y emocional.
La verdad no sè còmo pasò esto, còmo me convertì en esta cazadora de instàntaneas bonitas, suaves, dulces. Pero una tarde rosa del cielo caraqueño y hallarme en medio de la ruta de decenas de guacamayas gritonas que sortean àrboles de mango y antenas de azoteas, me llena de gozo. Se me antoja una bendiciòn enorme.
O caminar calle arriba y toparme con el ùnico gato albino que haya visto en mi vida y, un poco más allá, descubrir un cactus color esmeralda lleno de extrañas flores naranja-coral-rubì o ver tres pares de morochos en un mismo lugar me hace sonreir.
Y es que parece que por fin aprendì a observar. Siempre supe escuchar pero mi capacidad de ver, de realmente VER, no estaba desarrollada. Parece que ahora comienzo a discriminar las capas de lo que me circunda con la vocaciòn de aceptar y valorar lo que la vida me ofrece.
Y es curioso. Muy curioso. Mis cuentas bancarias estàn en estado casi comatoso. Mi vida amorosa es màs un sobresalto que otra cosa. Y mis metas y objetivos por lograr conforman una lista larga. Enorme. Y aùn asì, en contra de toda probabilidad, soy feliz cada dìa.
No significa que tengo una sobredosis de incienso o que me abstraigo de lo que me rodea. No voy por ahi con una risa bobalicona ni con un rosario que me proteja de las decepciones. Las tengo. Cada ve que veo un animal abandonado mi corazòn se rompe un poco. O mucho. Depende del dìa. O cuando siento el olor a mendigo y noto que alguien duerme mal arropado en un banco de plaza o en una esquina cualquiera. O cuando me tropiezo con alguien que ha olvidado que decir "buenos dìas" y "gracias" es gratis y no gasta neurona alguna.
Esta puede ser una ciudad muy hostil y agresiva cuando uno va por ahì con el corazòn abierto. Pero tambièn puede sorprenderte con regalos y bendiciones que hemos dejado de apreciar. Porque si, es cierto, Globovisiòn cambiò de lìnea editorial y, definitivamente, esta Revoluciòn sòlo ha sido un feroz cambio de èlite, pero lo permanente, lo verdaderamente importante, lo que toca el alma y las cosas pequeñas, sigue estando allì para quienes estamos dispuestos a verlas. Y si a alguien le da por ilegalizar la felicidad tendràn que empezar por los locos como yo que cazamos instantes de alegrìa y tenemos el descaro de declarar, en medio del caos, que somos felices.
Porque si, lo confieso: soy una persona feliz. Y pienso seguir sièndolo.
Me bastarà escuchar el primer grito de las guacamayas mañana temprano para volver a sonreir.
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