viernes, 23 de agosto de 2013

Una mente ahí...

Me quedé quietecita. La morena joven de ballerinas de leopardo me miró con desdén. El chico de chaqueta de cuero falsa con curiosidad. Y la señora de cabello gris no entendió nada. El vagón estaba a reventar.  Seis de la tarde y entra una mujer de lentes y larga cabellera que se ríe sin razón aparente.

Quieta, muy quieta, pegada a la puerta observé al moreno sexy que entró en la siguiente estación y él me miró con sus ojos enormes y sonrisa perfecta. Evité reirme a carcajadas y desvié la vista todo lo que pude. Pero mi compostura empezaba a volverse quebradiza y sentía la terrible necesidad de moverme. No podía. Mi cabello, esa indomable y autónoma cabellera que nunca logro llevar a la peluquería, había quedado atrapada en las puertas del vagón que se cerraron dos estaciones atrás. Comenzaba a inquietarme de veras y temía un acceso de risa histérica que me delataría con mis compañeros de viaje. 

Suspiré. 

Traté de cantar silenciosamente algún mantra, respiré hondo, hice un mudra...Nada funcionó. 

Tenía que moverme o gritar. 

Decidí moverme. 

Imposible. 

Un gran mechón había sido engullido por las bandas plásticas negras de la puerta del vagón. No podía ni siquiera voltearme. Tocaba entonces tomar una decisión delicadísima. Cedía a la neurosis creciente y me arrancaba un mechón de cabello importante o seguía riéndome sola a riesgo de que todo el vagón notase el embarazoso accidente?  

Respiré tan profundo que casi resoplé. 

Me encomendé a Dios y decidí moverme. 

Discretamente di un paso pequeño hacia la izquierda, allí se encontraba la señora con cabello gris. No sé si hice un gesto angustioso pero la mujer me miró y yo disimulé. Había arrancado un mechón de mi cabellera y aún seguía atrapada de la puerta. Me moví hacia la derecha, más cerca de las ballerinas de leopardo. Dolió, pero me solté. Cuando volteé colgaban de la puerta larguisimos cabellos rubios que arranqué de golpe bajo la mirada desconcertada del moreno sexy. Y allí no pude evitar reirme de verdad, a placer pero, eso si, mirando al piso metálico del vagón. 

Y fue entonces cuando se activó mi súperpoder. Uno del cual he estado consciente hace ya un largo tiempo pero que sólo hace de las suyas cuando estoy en medio de tumultos y me aburro o me sucede algo extraño. Es como si alguien pasase un interruptor y entonces allí estoy yo, imaginándome a todos los que me rodean perfecta y nítidamente desnudos. No tiene ningún contenido erótico -al menos no la mayoría de las veces- es más un asunto antropológico, quizás estético. 

Sé que el proceso de pensamiento que actúa como detonante tiene que ver con los estereotipos, los prejuicios, esas cosas que los demás esperan que uno haga o deje de hacer. Las cosas que el otro se imagina. Y las cosas que uno se imagina acerca del otro. Y la fugaz comprensión de que somos universos privados llenos de infinitas sorpresas y contradicciones. Y entonces, de pronto, todas las ropas se caen y empiezo a ver sólo cuerpos, volúmenes, curvas, claroscuros...Eso fue lo que pasó ayer a las seis de la tarde en el metro, de Bellas Artes a Chacaíto (bueno, a Chacao, pues me distraje tanto que me pasé de estación) que de pronto, el moreno sexy era más sexy, que la chica de ballerinas se quedó sólo con un pedacito de leopardo y que la señora de cabello gris se volvió una Madonna de mármol. 

Y todo por culpa de un mechón de cabello...

Me pregunto si alguien más tendrá este súperpoder...

Lo que si sé es que cuando salí de la estación alguien me dijo: 
"Epa Doctora, cómpreme un libro que usted se ve que tiene una mente ahí..."

2 comentarios:

Luis Gomez dijo...

Como siempre, un placer leerte!

Euridice Ledezma dijo...

Gracias, bello. Mua!