miércoles, 19 de abril de 2017

Paradojas

Hoy, por primera vez en cualquier marcha que recuerde, no respiré ni un gramo, ni una gota de gas. Hoy, me sentía falsamente segura porque del lado que yo me encontraba, rodeada de motorizados encapuchados con franelas rojas y un poco más allá con funcionarios públicos que bailaban tambores y gritaban: ¡Hueso! con alegría envidiable, sabía que no habría ni un ápice de represión. Sabía que mientras la marcha oficial pasará, yo estaría a salvo.
Y así fue.
No me rozó un perdigón, no me asfixié. Los muchachos, motorizados, encapuchados o no, estaban en ánimo festivo. Como en cualquier otra marcha revolucionaria en la que haya estado, estaba segura. Quizás nadie llamó a dar ninguna orden. No lo sé. No lo puedo afirmar.
El problema es que me tardé 5 minutos de más. Luego de que el Conas y la GNB llevaron 4 tanquetas para disuadir a quienes protestaban pacíficamente en la Autopista a nivel del Refugio Motorizado en Plaza Venezuela, debí irme de inmediato. Pero no lo hice. Me tardé.
Mi intuición que falla poco me susurró: guarda la cámara. Y eso hice. Luego escribí un tuit y lo envié. Y, un poco después, -segundos después en realidad- se me salió la germofobia y como moría de sed saqué el gel antibacterial y comencé a limpiar la botella de agua- Unos muchachos me habían pedido agua poco antes y ya no podía dejar de beber algo. Mala idea.
Había muchos motorizados en ese kilómetro escaso que separaba al madurismo de la enorme marcha opositora. Daban vueltas, hacían caballito. No sospeché nada cuando se acercó otra moto con dos hombres jóvenes. Uno se bajó y se me acerco: "Dame ese celular ya o te meto un plomazo!" Al principio no comprendí, sólo escuché "plomazo" y ví su gesto de encañonarme desde un bolso. No sé si vi o no vi el arma. Lo que pasó después lo viví como quien vive una experiencia extrasensorial o algo.
Siempre he dicho que uno no debe oponer resistencia, que uno entrega todo y se arrecha después. Eso no fue lo que pasó.
El muchacho no me miraba a los ojos. Yo comencé a darle patadas, le grité -y aqui vale un inciso francamente ridículo: resulta que yo nunca grito. Digo, es rarísimo. Hace unos meses grité y formé un escándalo en una cola y pretty much that´s it. Cuando me molestó sabrás que estoy furiosa sin necesidad de subir decibeles- Pues comencé a gritarle. Resulta que grito como una niña. Como gritaría una Barbie. Así grito. Eso lo pensé después, porque en algún momento del forcejeo, entre patadas y gritos le lancé el antibacterial y la botella de agua. Ahí fue cuando ví su desconcierto. Su duda. Me soltó.
Y comencé a correr por mi vida. Pensé que de la furia me iba a disparar desde lejos. Ya casi había sentido el plomazo en mi costado cuando me tenía encañonada. Corrí como nunca por el borde del Guaire. Esperando el disparo. Corrí hasta que me faltó el aire y me detuve. No sabía si me seguían en la moto.
Y entonces noté que no tenía el celular. "¿Qué? ¿Dónde está el celular? ¿Al final el tipo se lo llevó? ¿Ganó? ¿O se me cayó en la carrera?" Tenía que regresar.
Debo haber tenido cara de espanto. Sentía que tenía los ojos desorbitados. No había notado que tenía la camisa rasgada. Pedí ayuda a tres hombres. Los tres dijeron que no por razones cada una más estúpida que la otra. Sólo una mujer joven estuvo dispuesta a ayudarme. Caminó conmigo. Ella camino por el borde del Guaire, yo por el borde de la Autopista. La dejé atrás pensando que le había dicho hasta el aviso y yo estaba dispuesta a seguir más lejos. Cuando me devolvía con un grupo de jovenes de franco mal aspecto, ella me llamó ahora desde el carro: ¿De qué color es tu celular? Forro negro viejo, rojo.-Toma. Creo que se me abrió el Cielo. Casi me la comí a besos. Digo, hubiera podido hacerlo.
Comencé el camino de regreso a casa. Crucé de inmediato a la marcha madurista. Sabía que estaría más segura allí. Cuando llegué a Plaza Venezuela ví un nivel de militarización que no recuerdo haber visto ni el 27 de Febrero de 1989. Todas las vías hacia el Este estaban cerradas. La Avenida Solano, el Boulevard, la Casanova, La Libertador. Subí por La Florida y rodeé La Campiña. Mucha gente se regresaba por allí. De Pdvsa salían autobuses.
La panadería estaba abierta y yo moría de sed. Cuando intenté pagar una 7Up me di cuenta de que mi billetera no estaba. Y no tenía efectivo. Pensé, bueno, la boté cuando corría. O el ladrón se la llevó. Dos de tres no está tan mal, tengo la cámara, tengo el celular, se llevó la billetera. O alguien se la encontrará tirada al borde del Guaire.
Caminé a casa´desde La Campiña, pasé por La Libertador, por El Bosque, por Chacaito, en todas partes los rastros de la pelea desigual entre la GNB, la PNB, los motorizados y una población desarmada pero hastiada. Todos notaban mi camisa rasgada. No decían nada. Cada vez que se acercaba una moto los vellos de la nuca se me erizaban.
Llegué a casa sedienta. A cancelar las tarjetas. A ducharme. A comer algo. Resultó que había dejado olvidada la billetera.
Tres milagros hoy. Tres. Sé siempre que me protegen burda. Hoy les dí más trabajo que de costumbre.
Y lo agradezco.
Hoy me sentí, por primera vez, muy vulnerable como mujer. No me pregunten por qué. Me pareció que es más difícil, más peligroso vivir esto siendo mujer. Si, diría que soy una feminista light, yo no milito en nada salvo en mi obsesión por la LIbertad y la defensa de los animales. Hoy, sin embargo, sentí que hay una violencia de género que no habia experimentado en carne propia. Yo que siempre he andado sola por ahí, libremente, siento que voy a tener que buscar compañía.
Eso es nuevo.
Los días por venir lucen -y no lo voy a edulcorar- jodidos. Mucho. Pero hay que vivirlos. Mientras escribo suenan las cacerolas por mi casa. Hacía mucho tiempo que no sonaban por aqui.

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