Fue como un corrientazo. Una sacudida de todos los voltios imaginables. Ella dijo lo impensable, lo que nadie se atreve a decir, lo que jamàs se me ocurrirìa decir y, aùn en medio de la reacciòn fìsica y emocional que me produjo, la entiendo. La hija de Henry Vivas dijo: "me da verguenza ser venezolana". Y sentì como si me hubiera insultado, como si me hubiera dado un puñetazo en la cara.
Se me alborotò tanta Alma Llanera, tanto Florentino y El Diablo y todas las tonadas de Simòn Dìaz. La bravura del Orìnoco y el orgullo de nuestra identidad se me volviò un incòmodo nudo en la garganta. Sin tricolor ni pròceres de por medio me pareciò casi inùtil toda la gesta libertadora, el 23 de Enero de 1958 y el juicio en contra de Carlos Andrès Pèrez...
¿Què està pasando en nuestro paìs que tan siquiera un solo venezolano encuentra razones valederas como para sentirse avergonzado de pertenecer a esta tierra? Y ¿què estamos haciendo el resto para impedir que esa ola de verguenza justificada se extienda como una epidemia?
Afortunadamente, habìa algo de inocencia en la desesperaciòn de la madre de Erasmo Bolìvar al enumerar la lista de militares fieles al regimen que son sus primos hermanos. Habìa un mucho de fe indignada al hablar de las bendiciones que la Sra. Vicenta, su madre y abuela de Erasmo Josè, envìa diariamente al Ejecutivo Nacional. Extrañamente, esa casi arquetìpica mujer y madre venezolana, resteada y humilde, de puro corazòn, me brindò cierto consuelo. Si ella tiene, al menos, una gota de esperanza los demàs estamos obligados a tenerla. No logrè dejar de pensar en ella, en su rabia digna, en lo traicionada que se siente. ¿Se sentirà tambièn ella avergonzada?
Puro grito, puro dolor, pura impotencia era la tìa de Erasmo Bolìvar, "jubilada, no depurada" de la Polìcìa Metropolitana, tras 28 años de servicio. Tampoco sale de mi mente. Ni ella, ni Yajaira Forero que, aplomada, ecuànime, le reclamò al paìs que deje de mirar hacia otro lado, que deje la evasiòn y la fiesta y que afronte que estamos en dictadura. Un llamado a la madurez en un paìs de adolescentes.
Del otro lado, estaba Roxana Rodrìguez, ex guerrillera de Punto Cero y ex torturada de Posada Carriles y Henry Lòpez Sisco, sobreviviente de la Masacre de Yumare, seria, asegurando que este es un primer paso hacia una justicia de los olvidados. No habìa verguenza allì. Habìa una cierta dureza de quien ha esperado reivindicaciones durante demasiado tiempo y està dispuesta a aceptarlas asì vengan teñidas de dudas razonables. Y Yesenia Puente, lìder de la Asociaciòn de Vìctimas del 11 de abril, asegurando que nadie estaba celebrando pero que se habìa hecho justicia con las vìctimas y las familias de las vìctimas.
La furia era contra Marjorie Calderòn, la jueza a cargo de dictar la sentencia, quien, apuesto, no sintiò verguenza alguna al condenar a treinta años de prisiòn no sòlo a los comisarios y policìas metropolitanos, sino a sus familias. Porque la sentencia castiga por igual a ambos.
Me niego a aceptar que hemos de conformarnos pasivamente con sentir verguenza. Me niego a sentir verguenza. Punto. Prefiero optar por creer que todavìa estamos a tiempo de salvar al paìs de fracturas irreparables y que hay espacio para las reconciliaciones, reparaciones y la verdadera justicia.
Quiero seguir creyendo que Florentino siempre le gana al Diablo.
1 comentario:
Caramba, amiga, uno llora sin parar por dentro, muy de vez en cuando lo exterioriza. Ojalá que cuando salga todo ese llanto retenido sea en lágrimas y con un país en paz.
Desafortundamente, no tengo tu esperanza; aunque, sabemos, los milagros existen! Venezuela necesita 26 millones de milagros.
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