Por un tiempo realmente creì en la historia de la cigueña portadora de bebès. Definitivamente, si. Pero fue un perìodo bastante breve, ya que mi madre, siempre pragmàtica y con poco tiempo para las fàbulas, optò por comprarme un fabuloso libro, "De dònde vienen los niños?", cuando empecè a ponerme incòmoda con la preguntadera.
El libro en cuestiòn -què sabe Dios dònde habrà ido a parar- tenìa fabulosas ilustraciones en las cuales explicaba todo el tema de la reproducciòn con abejas, aves, vacas, perros, gatos...hasta llegar a una hermosa pareja que se suponìa eran tus padres hacièndote a ti mediante unos procedimientos que, a los ocho años, yo no lograba entender demasiado bien. En esa època tambièn tomaba clases de alemàn y tampoco entendìa nada, asì que casi me parecìa normal no entender: el mundo era confuso.
Pero, a esas alturas, ya hacìa varios años que habìa descubierto en la casa de la playa de mis tìos la revista Luz. No sè si alguien la recuerda. Para una niña de seis años esa revista era informativa pero tambièn, pràcticamente, pornogràfica. Obviamente, la leìa a escondidas. Nadie sospechaba que ya yo me preguntaba què era el clitoris y el pene y què rayos era un orgasmo. Siempre fui una niña precoz. Lo que si tenìa muy claro en mi mente era la diferencia entre el inocuo mundo de la reproducciòn de mi libro y las historias sensuales y casi hipnòticas que se contaban en mi revista playera. Habìa descubierto el erotismo y no lo sabìa.
Lo que siempre supe muy claramente fue mi orientaciòn sexual. A los cuatro años jugaba a ser la princesa que el Monstruo de la Laguna Negra rescataba en sus brazos del pantano con Roger, mi vecino, y creo que hasta besitos tìmidos nos dàbamos. O sea, que en esa àrea fui afortunada y no tenìa mayores preguntas. Sabìa claramente lo que me gustaba.
Luego, no mucho màs lejos, vendrìa una semana de shock cuando una de mis primas descubriò el stock de revistas pornogràficas que guardaba en su closet una prima mayor y decidiò mostrarme lo que guardaba el sexo opuesto entre las piernas. Me pasè una semana sin poder despegar la mirada de la entrepierna masculina, bàsicamente atemorizada, pero con un mucho de fascinaciòn y curiosidad. Esto fue como a los nueve años, cuando en mi casa aùn me prohibìan ver los besos de Lupita Ferrer y Josè Bardina y yo me escapaba, cuando todos dormìan, a pegar mi oido a la televisiòn y ruborizarme con aquellos candorosìsimos besos.
Mucho màs adelante me topè con el material pornogràfico de mi hermano. Claro, ya el shock inicial habìa pasado. Y aunque seguìa siendo un tema prohibido, mi aproximaciòn ya era mucho màs libre. Especialmente cuando ya adolescente leì La Mujer Sensual y descubrì -teòricamente- que el sexo es un universo de placer y que no se requiere ser bellìsima para ser considerada una mujer sensual. Si, ya entonces, tenìa unos restrictivos canònes y standares estèticos que me hacìan cuestionarme un poco. Ese libro fue trascendental para mi, casi tanto como Juan Salvador Gaviota en otras àreas. El sexo era democràtico. Fantàstico!
Luego vendrìa mi primer beso. En la playa, en medio de una ola. La vida era lo màximo!
Mi libertad mental contrastaba intensamente con la falta de apertura sobre el tema en casa. Àsì que, podrìa decirse que mi educaciòn sexual fue bastante aleatoria y autodidacta hasta las primeras lecciones de Puericultura en mi colegio de monjas. Toda la adolescencia fue un largo perìodo de dudas, miedos y cuestionamientos ante la posibilidad de la pèrdida de la virginidad. Cuando lleguè al Gustavo Herrera un par de amigas me maravillaron contàndome que sus madres les daban pastillas anticonceptivas y las llevaban al ginecòlogo. Quèee??! Eso para mi era como viajar a Marte. En casa todavìa lidiaba con la Inquisiciòn andina del doble discurso.
Cuando finalmente decidì transgredir las normas familiares y ejercer mi autonomìa como mujer, vinieron otro montòn de preguntas. La verdad que durante unos meses mi percepciòn del mundo cambiò. Me habìa transformado profundamente. No me reconocìa. No fue la tìpica historia del primer amor -a mi pobre primer amor lo tenìa bastante restringido en cuanto a àreas a explorar-, fue màs bien una decisiòn personal y muy consciente de que ya la virginidad era màs un estorbo que una virtud y que debìa trascender ese limite.
El punto es que todos esos descubrimientos, exploraciones y decisiones tuve que tomarlas sola. No habìa muchas opciones para consultar. El entorno familiar y social, bastante conservador, hacìa del sexo un misterio tan atractivo como atemorizante. La informaciòn era casi nula y el doble discurso y el machismo causaban aùn màs confusiòn. Aùn asì, quièn podìa perderselo?
Afortunadamente, siempre intuì que el sexo era un territorio donde uno podìa ser absolutamente libre y feliz. No me equivoquè. Pero como hubiera agradecido que alguien me lo explicara a fondo cuando recièn estaba conociendo el tema.
Estamos en el siglo XXI y toda esta historia, muy superficial, acerca de mi descubrimiento del sexo, debe sonar casi a Pleistoceno. Aùn asì, creo que la educaciòn sexual de niños y adolescentes expuestos a internet, televisiòn por cable y un mundo donde la informaciòn circula superlibremente, no es la adecuada y se deja demasiado al azar. Y esa es precisamente la razòn que me mueve a escribir sobre el tema. Debemos sentarnos con nuestros hijos, nuestros sobrinos, nuestros niños como adultos responsables y brindarles herramientas que les permitan comprender, sin estigmatizaciones ni prejuicios, què es el sexo.
En medio de ese desierto de posibilidades, se hacen algunos esfuerzos interesantes como el del Manual del Sexo para Ti, una guìa especialmente orientada a niños y adolescentes que acaba de salir al mercado y que pone a nuestra disposiciòn un equipo de especialistas. Incluso, asociaciones o escuelas que deseen obtenerla pueden solicitarla, gratis, al telèfono 0212 753 4812. Para los que quieren investigar on line està el blogmanualdesexoparati.
Corran la voz y animense a llamar. Hablemos de sexo con nuestros niños.
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