martes, 17 de marzo de 2009

El Aplauso

Nunca vi el aplauso va por dentro, ese monòlogo que le ha dado tanta satisfacciòn a Mimì Lazo y a Mònica Montañès. Lo confieso. de verdad, nunca me atrajo demasiado. Mea culpa.

Hoy, sin embargo, no puedo dejar de pensar en esa frase: "el aplauso va por dentro"...No, en este paìs, en esta Repùblica Bolivariana de Venezuela, el aplauso no va por dentro, el aplauso, por el contrario, se hace cada vez màs estruendoso e impune. Cada vez màs còmplice, cada vez màs culpable.

Pienso que si es cierto que la historia absuelve y que Fidel confia en esa premisa, no puede ser cierto que la Historia, con mayùsculas, vaya a .olvidar a esa masa de aplaudidores oficiales por excelencia que ante cada idiotez y abuso del poder Ejecutivo y militar baten sus manos cual focas en Disneylandia (con perdòn de las focas que no tienen culpa alguna).

Venden el oro del Banco Central de Venezuela para cubrir gasto pùblico. Aplausos. Toman militarmente puertos y aeropuertos. Aplausos. Ofrecen La Orchila como base militar rusa. Aplausos. Entregan la Faja del Orìnoco con sus reservas probadas de 235 millardos de barriles de petròleo. Aplausos. Violan la Constituciòn Nacional. Aplausos.

Es una orgìa ovacional (valga el tèrmino). Parece que hubièsemos entrado en una fiebre colectiva de adoraciòn por el lìder.

Y la oposiciòn, disidencia o alternativa democràtica, como prefieran llamarla, tambièn se deja seducir por el aplauso. Dame mis quince minutos de fama. Aplausos. Grito que no vas a poder con el Zulia. Aplausos. Media hora menos de cola en la Panamericana. Aplausos. Salimos en Alò ciudadano. Aplausos.

Y no dejo de preguntarme cuàndo nos tocarà el turno de aplaudirnos a nosotros mismos, al ciudadano comùn, a usted y a mi. Empiezo a creer que cada vez que logramos pagar la exorbitante suma que cuesta el mercado mensual y la incomprable canasta bàsica, debemos aplaudirnos. Cada noche que llegamos a casa sanos y salvos. Aplausos. Cada vez que pagamos tarjeta de crèdito y servicios pùblicos. Aplausos.

Pero, cuando por fin dejemos de pedir lideres y comprendamos que los logros màs sabrosos son los pequeños exitos que obtenemos en equipo, como comunidades, cooperativas y asambleas de ciudadanos, allì si vendràn los verdaderamente merecidos aplausos.

Asi que, ademàs de sugerir la, ciertamente descabellada, posibilidad de incluir el aplauso como delito penal, se me ocurre tambièn que hagamos una suerte de dieta de aplausos. Aplaudir solo cuando sea estrictamente justificado, cuando la aprobaciòn y alegria que mueve al acto venga desde las entrañas.

O sea, que el aplauso no va por dentro sino que el aplauso, para que tenga algun valor, tiene que venir de adentro, como un acto volitivo real, como una necesidad del espìritu y no como un reflejo complaciente.

Asi que a pensarlo mejor antes de dejar a sus manos, nuestras manos, entrar en esa euforia colectiva del aplauso, pues màs de un crimen se ha cometido por la màs ingenua negligencia.

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