miércoles, 22 de abril de 2009

De Pelos!

Hace algunos dìas fui a cortarme el cabello. Ya era hora. Habìan pasado seis meses desde mi ùltima visita a uno de esos templos de la belleza y ya comenzaba a sentirme como un àrbol. Pero mi elecciòn no pudo ser peor y el corte fue, por decir lo menos, de resultados altamente cuestionables. Aùn asì, cuando el casi adolescente carnicero me preguntò si me habìa gustado le contestè con una sonrisa de oreja a oreja: ME ENCANTO!

No sè que me pasa en las peluquerìas que nunca puedo ser yo misma. Quizàs por eso he sido objeto de toda suerte de desastres: mechones plateados que no pedi, cabello màs largo de un lado que del otro, peinados estilo Shirley Temple, cuentas exorbitantes y un larguìsimo etcètera.

Confieso que tengo una relaciòn de amor-odio con ellas. Y con los peluqueros, por supuesto. Detesto lo inadecuada que puede hacerte sentir uno de esos seres que con tijera en mano pretende transformarte en su idea de quièn eres tù.

Nunca saben què hacer con mis rizos. Cuando era pequeña habìa un barbarico tratamiento para aquellas que no tenìamos "el pelo lìndisimo de Drene", o sea lacio. Se llamaba el rollete y consistìa en darle la vuelta al cabello alrededor de la cabeza y sujetarlo con pinzas. Puede parecer inocente, especialmente en una època en la cual no se habìa extendido el uso del secador de mano y mucho menos el alisado japonès o la brasilera escoba progresiva, pero resulta que tengo un recuerdo tragicòmico imborrable en mi memoria.

Aproximadamente, a los seis años, en la època en la cual en el Colegio San Pedro me conocìan como Zanahoria, ganè un concurso de tarjetas de Navidad Infantiles convocado por la entonces Primera Dama de la Repùblica, Blanca de Pèrez. Todo muy bien. Increìble. La niña tenìa un talento artistico prometedor. Pero, ¿què hacemos con el look? Rollete!

La orden expresa de mi madre, que llegaba puntualmente a las cinco y diez de la tarde todos los dìas, era encontrarme con el cabello liso, lìndìsimo y ya lista para subirme a la tarima y recibir mi premio.

Bueno, ese dìa, me dediquè a jugar, a ver televisiòn, a ser niña, pues...aproximadamente a las cuatro de la tarde, Margarita, la muchacha oriental que me cuidaba, recordò la orden materna. Y me mandò a bañar. Veinte minutos despuès salì de la ducha y comenzò el proceso de colocar las pinzas en mi ensortijada cabellera que, en aquel entonces, sòlo conocìa un corte: totuma.

Como era de esperarse, a las cinco y diez de la tarde el rollete estaba listo pero mi cabello estaba absolutamente mojado. Mi madre entrò en una furia de antologìa y, luego de gritar a todo pulmòn, me llevò a la peluquerìa que se hallaba a aproximadamente una cuadra de la casa. Lo ùnico que recuerdo es mi llanto incontenible mientras me gritaban y arrancaban las pinzas de metal que caìan descuidadamente en el callejòn.

Al llegar una de las peluqueras se apiadò un poco y comenzò la tarea de convertirme en la hija perdida de Popy. Y todo para que horas màs tarde yo pudiese recibir un horrendo perro de peluche amarillo, un diploma y un beso de la Primera Dama.


Por supuesto que en mi adolescencia fluctuè entre el fabuloso estilo escalonado de Farrah Fawcett y el absoluto despelucamiento rasta-Marley que produjo un inicial acto de rebeldìa bastante autodestructivo: No me peinè en un año y, encima, se me ocurriò meterme en una peluqeria a pedir que me hiciesen una permanente (afortunadamente la peluquera se conmoviò y, con toda sensatez, me gritò que si yo estaba loca).

Quizàs ese trauma infantil me hizo rebelarme el dìa de mi graduaciòn en la UCAB. En esa època ya no me llamaban Zanahoria sino Pelùa y la cabellera, ensortijada, indomable, me llegaba casi a la cintura. Bueno, la sublevaciòn implicò que cualquiera que vea las fotos de aquella noche, (una de las màs divertidas de mi vida, por cierto), jamàs podrà determinar si es mi nariz o mi oreja el minùsculo promontorio de piel que se asoma tras esa maraña capilar que amenaza con devorar el pobre birrete.


Y es que nadie lo expresa mejor que Pablo Neruda en su poema Walking Around: "el olor de las peluquerìas me hace llorar a gritos..." Bueno, no es exactamente el olor sino la total sensaciòn de inadecuidad y no pertenencia que me genera traspasar esas puertas y enfrentarme a esa fauna de seres con tijeras y crìticas que, invariablemente, me cuentan su vida en los primeros quince minutos.

Y es que fui ingenua, con la democratizaciòn de las peluquerias iniciada por Carmelo y su franquicia, pensè que tendrìa cabida en ese mundo. Me equivoquè. Pero aùn asì insisto cada cierto tiempo. Especialmente, cuando mi autoestima està baja y necesito que alguien me reinvente. Definitivamente, las mujeres podemos llegar a ser seres insondables e incomprensibles.

¿Le pasarà lo mismo a los hombres en las barberìas?

lunes, 20 de abril de 2009

Clase Media en negaciòn

Què difìcil es simplemente alegrarme y enorgullecerme hasta la mèdula por las ovaciones recibidas por Dudamel y la Orquesta Sinfònica Juvenil de Venezuela en Reino Unido y España. Imaginarme esos rizos rebeldes sacudirse, representando nuestra venezolanidad ante un montòn de britànicos emocionados que le dan a nuestros muchachos tratamiento de rock stars. O emocionarme porque fueron liberados 16 mil tortuguillos arrau en Santa Marìa del Orìnoco. Quisiera pero me siento tan irresponsable, tan ingenua...

Especialmente cuando a Jacqueline Farìas, la nueva Autoridad Unica del Distrito Metropolitano, se le ocurre decir que el dedo de Chàvez es el dedo del pueblo. O sea, el dedo de Dios. Y entonces me acuerdo de la Loca Luz Caraballo y de còmo se contaba los deditos de los pies y pienso que, què bueno serìa si a los ciudadanos pensantes y comprometidos, que aùn quedan, se les ocurriera, en un rapto de irracionalidad, usar ese otro dedo y mostrarselo al gobierno en expresiòn inequìvoca de rechazo al irrespeto al voto democràtico y popular. Ese dedo serìa mucho màs efectivo y, sin duda, mucho màs democràtico.

O cuando a Claudio Nazoa se le ocurre publicar (re-publicar?) en El Nacional un artìculo escrito en 2005, cuatro años atràs, en el cual ya decìa:"los que hoy persiguen seràn perseguidos; los que hoy jalan bola y sapean, mañana diràn que no sabìan còmo eran las cosas. Todavìa estamos a tiempo; lo primero es no ser indiferentes a los ataques que sufren otros; no se entreguen ni se desanimen; no se queden callados; no tengan miedo. Piensen que hemos tenido un paìs que ha cometido errores y que muchos sinverguenzas nos gobernaron, pero era un paìs donde cabìamos todos...Queda poco tiempo...pero queda. No nos caigamos a embustes, la cosa es difìcil pero todavìa se puede hacer algo. Volvamos a la calle con optimismo, fe y sin miedo, porque si no ¡todos perderemos todo!...hasta ellos cuando caigan en desgracia y ya no los necesiten".

Y Claudio, que normalmente nos hace reir y reconciliarnos con la glotonerìa de un buen pan de jamòn o nos manda a comer huevos con cara de desquiciado, nos obliga a tomar consciencia de la responsabilidad enorme que tiene la clase media venezolana en estos dìas. Sin animo paternalista, sin falsas autoimàgenes de superioridad, la clase media que se opone al regimen tiene ante si el deber, la responsabilidad històrica de comprometerse, de dejar de mirar hacia otro lado pensando que el socialismo del siglo XXI no le afectarà ni le quitarà ninguna de sus prerrogativas. Que ese es problema es de otros.

No puede seguir pensando que Antonio Ledezma puede (o debe) defender solo los votos que lo convirtieron en alcalde metropolitano o que cuando el lìder màximo de la Repùblica Bolivariana anuncia "te voy a borrar del mapa polìtico venezolano, desgraciado!" eso es sòlo problema de Manuel Rosales. No puede seguir ignorando la entrega de nuestro patrimonio a China o Rusia o Iràn, ni el drama de hacinamiento, pobreza y promiscuidad sexual que se vive en la mayorìa de los barrios venezolanos aunque le resulte tan ajeno.

La clase media venezolana que, evidentemente, ni es monolìtica ni monocolor, (y que cuenta con un significativo porcentaje que es revolucionario a sueldo y por contrato) tiene que crecer, madurar. Abandonar finalmente la adolescencia y ponerse a la altura de los acontecimientos. Ya lo dice Massimo Desiato, filòsofo y sociòlogo italiano, cuando avizora que la ùnica respuesta posible a la violencia y el terrorismo de Estado serà la violencia polìtica opositora. Desiato advierte ademàs "... la reforma constitucional incluye el problema del "enemigo interno". Ese ¿quièn es? La clase media". Subrayo: la clase media es el enemigo interno de la Revoluciòn Bolivariana y no se da por enterada. Sigue en negaciòn.

Para Desiato por la vìa democràtica no se puede lograr nada: "Tarde o temprano va a llegar la confrontaciòn, pero esa vìa es muy distinta si la comienza Chàvez o si la comienza la oposiciòn. Sòlo en ese momento la clase media va a reaccionar y ahì es donde la dirigencia opositora tiene que tener ya una organizaciòn para captar ese malestar..." Me recuerda a un amigo que me tropecè ayer en el Sambil: "Aqui vamos a tener que salir 500 mil a la calle a enfrentarnos con la Guardia Nacional y asumir que 'por lo menos 10 mil van a morir"...Y sigue: "el problema es que aqui la gente se cansò, ademàs aqui nadie saliò a defender a los empleados de PDVSA, ni a los militares que se restearon en la Plaza Altamira...por què van a salir entonces a defender a los comisarios o a Ledezma?"...

Se me ocurre una razòn groseramente obvia: porque ya deberìamos haber aprendido, (a fuerza de sangre y plomo, por cierto), que lo que le pasa a cualquier venezolano, me pasa a mi, nos pasa a todos.

Desafortunadamente, parece que somos bastante lentos para aprender, al menos en cuanto a solidaridad y cultura socio-polìtica elemental se refiere.

Lo que de verdad ya raya en la brutalidad es que el venezolano, de cualquier clase social y de cualquier color polìtico e, incluso, credo religioso, siga pidiendo un lìder, en lugar de comprender la necesidad de comprometerse como individuo y ciudadano y asumir la responsabilidad en la construcciòn y consecuciòn de los objetivos del colectivo. Adolecemos de una asombrosa incapacidad para aprender de la historia polìtica reciente.

Lo dicho, a veces resulta imposible no sentirse como Mafalda escuchando el noticiario en la radio. Es casi imposible reirse libremente sin sentir que, de algùn modo, se està traicionando la Patria. Pero es que pareciera que ya nos hemos reido demasiado de nosotros mismos. Pareciera que ya èstà bueno de hacer catarsis y que es hora de no seguir escurriendo el bulto. y es que cuando uno no està construyendo su sueño, se convierte en extra mal pagado del sueño de otro.

Y no es que mi preocupaciòn sea nueva u original, es que se nos està acabando el tiempo.

miércoles, 15 de abril de 2009

Clandestino

Breve. Muy breve.

Sòlo quiero dejar constancia de lo sorprendente que puede resultar el imaginarse a Manuel Rosales en la clandestinidad. Huyendo de la persecuciòn polìtica y tratando de salvaguardar su vida. Una carta leìda en tono casi èpico por Leopoldo Castillo casi resultarìa graciosa si no fuese porque refleja una intolerancia polìtica que amenaza con profundizarse y acelerarse en la Venezuela Bolivariana.

Mi primer contacto con la clandestinidad fue a travès de las historias de mi padre, Ròmulo Ledezma, huyendo de los esbirros de la Seguridad Nacional que lo buscaban por izquierdista y alborotador. Por ser miembro de la FCU de la Universidad Central de Venezuela y uno de los fundadores del MIR. Por eso, en mi mente clandestinidad equivale a dictadura.

Aunque tambièn en los sesenta hubo mucha clandestinidad guerrillera. Eran los democràticos tiempos de Ròmulo Betancourt y de Rafael Caldera. Si no lo recuerdan, preguntenle a Douglas Bravo y al Flaco Francisco Prada e, incluso, al mismo Teodoro Petkoff y a Alì Rodrìguez.

Ya màs recientemente, la palabra clandestinidad adquiriò un nuevo significado para mi cuando El Cuervo, General Felipe Rodrìguez, hoy preso en Ramo Verde, creò los CDL, un movimiento compuesto por cèlulas cuyos integrantes no se conocìan entre si y que se activaban en momentos de emergencia. Tiempos de guarimba. Vasco da Costa y Dulce Bravo, asì cmo Abdel Naime, dejaron sus testimonios de persecuciòn y tortura en mi grabadora encendida.

Pero, Manuel Rosales? El ex-gobernador de Zulia, ex-candidato de la unidad? No cuadra para nada en la imagen de un militar en disidencia, ni de un guerrillero en la montaña...Sin duda, algo muy grave està pasando en este paìs cuando Manuel Rosales tiene que enviarnos cartas desde algùn lugar secreto...

Rosales=clandestino.

martes, 7 de abril de 2009

Justicia Sin Verguenza

Esos si serìan treinta años que hacen honor a la justicia. Sin espacio para la verguenza: Alberto Fujimori es culpable.

Asi concluye el juicio de 484 dìas con una "certeza razonable" de que el ex-presidente peruano es culpable en los casos de la Matanza de la Cantuta y de Barrios Altos y los secuestros del periodista Gustavo Gorriti, quien fue objeto de una persecuciòn implacable durante su gestiòn, y del empresario Samuel Dyer.

El juez Cesar Martin leyò la sentencia serio, severo. La condena es por violaciòn a los derechos humanos y el ex-presidente enfrenta la posibilidad de una condena de treinta años. Treinta años que si tienen justificaciòn.

Quizàs la jueza Marjorie Calderòn haya estado prestando atenciòn.

Cruzo los dedos.

sábado, 4 de abril de 2009

Treinta Años

Fue como un corrientazo. Una sacudida de todos los voltios imaginables. Ella dijo lo impensable, lo que nadie se atreve a decir, lo que jamàs se me ocurrirìa decir y, aùn en medio de la reacciòn fìsica y emocional que me produjo, la entiendo. La hija de Henry Vivas dijo: "me da verguenza ser venezolana". Y sentì como si me hubiera insultado, como si me hubiera dado un puñetazo en la cara.

Se me alborotò tanta Alma Llanera, tanto Florentino y El Diablo y todas las tonadas de Simòn Dìaz. La bravura del Orìnoco y el orgullo de nuestra identidad se me volviò un incòmodo nudo en la garganta. Sin tricolor ni pròceres de por medio me pareciò casi inùtil toda la gesta libertadora, el 23 de Enero de 1958 y el juicio en contra de Carlos Andrès Pèrez...

¿Què està pasando en nuestro paìs que tan siquiera un solo venezolano encuentra razones valederas como para sentirse avergonzado de pertenecer a esta tierra? Y ¿què estamos haciendo el resto para impedir que esa ola de verguenza justificada se extienda como una epidemia?

Afortunadamente, habìa algo de inocencia en la desesperaciòn de la madre de Erasmo Bolìvar al enumerar la lista de militares fieles al regimen que son sus primos hermanos. Habìa un mucho de fe indignada al hablar de las bendiciones que la Sra. Vicenta, su madre y abuela de Erasmo Josè, envìa diariamente al Ejecutivo Nacional. Extrañamente, esa casi arquetìpica mujer y madre venezolana, resteada y humilde, de puro corazòn, me brindò cierto consuelo. Si ella tiene, al menos, una gota de esperanza los demàs estamos obligados a tenerla. No logrè dejar de pensar en ella, en su rabia digna, en lo traicionada que se siente. ¿Se sentirà tambièn ella avergonzada?

Puro grito, puro dolor, pura impotencia era la tìa de Erasmo Bolìvar, "jubilada, no depurada" de la Polìcìa Metropolitana, tras 28 años de servicio. Tampoco sale de mi mente. Ni ella, ni Yajaira Forero que, aplomada, ecuànime, le reclamò al paìs que deje de mirar hacia otro lado, que deje la evasiòn y la fiesta y que afronte que estamos en dictadura. Un llamado a la madurez en un paìs de adolescentes.

Del otro lado, estaba Roxana Rodrìguez, ex guerrillera de Punto Cero y ex torturada de Posada Carriles y Henry Lòpez Sisco, sobreviviente de la Masacre de Yumare, seria, asegurando que este es un primer paso hacia una justicia de los olvidados. No habìa verguenza allì. Habìa una cierta dureza de quien ha esperado reivindicaciones durante demasiado tiempo y està dispuesta a aceptarlas asì vengan teñidas de dudas razonables. Y Yesenia Puente, lìder de la Asociaciòn de Vìctimas del 11 de abril, asegurando que nadie estaba celebrando pero que se habìa hecho justicia con las vìctimas y las familias de las vìctimas.

La furia era contra Marjorie Calderòn, la jueza a cargo de dictar la sentencia, quien, apuesto, no sintiò verguenza alguna al condenar a treinta años de prisiòn no sòlo a los comisarios y policìas metropolitanos, sino a sus familias. Porque la sentencia castiga por igual a ambos.

Me niego a aceptar que hemos de conformarnos pasivamente con sentir verguenza. Me niego a sentir verguenza. Punto. Prefiero optar por creer que todavìa estamos a tiempo de salvar al paìs de fracturas irreparables y que hay espacio para las reconciliaciones, reparaciones y la verdadera justicia.
Quiero seguir creyendo que Florentino siempre le gana al Diablo.