martes, 12 de marzo de 2019

De luz y de sombras





Se vuelve a ir la luz. Ha durado 17 horas en esta segunda tanda. Ya estamos en el cuarto día de apagón nacional. He tomado la previsión de ir temprano al supermercado de la esquina a gastar los últimos 10 mil bolívares que tenía en la cuenta. Logré comprar huevos y unos bizcochos. Ahora me alegro de esa pequeña victoria. Pude comprar algo. Quién sabe cuánto tiempo más se irá la luz esta vez. 

Desconecto todos los equipos, los bendigo y rezo para que no se dañe ninguno con la inestabilidad del sistema. La potencia de la electricidad era baja desde anoche. Era evidente que el milagro de la luz iba a durar poco. Apenas suficiente para bañarse con agua corriente y tibia y para cocinar algo para los próximos dos días. Y el lujo de tomarse un café aunque sea sin leche. La leche se estropeó.

Y estoy en el grupo de los privilegiados. No tengo dólares en efectivo, es verdad. En una situación de caos nacional hay negocios cobrando en efectivo y en moneda dura. Esa mentalidad miope de la ganancia inmediata. Sin comprender que la solidaridad y la responsabilidad social son el mejor mecanismo de lealtad para una marca o una empresa. Eso sin entrar en el tema ético o moral, en la empatía, en la capacidad de comprender las penurias del otro. 

Ha habido saqueos. Cierto que, en muchos casos, han saqueado licorerías. Y no me cuesta tanto entenderlo. En una sociedad en la cual la gratificación inmediata se combina con la sensación de Fin de Mundo de estos días, yo, quizás, también querría un par de tragos para olvidarme de la banda de saqueadores mayores que ha desangrado al país a ojos vistas de todos y que hoy se dan golpes de pecho, víctimas, mártires y superhéroes jurando que lo hacen todo por el pueblo, que son objeto del enésimo saboteo injerencista en contra de la Revolución más excelsa.

¿Honestamente? NO ME JODAS.

En la radio Penzini Flores y sus expertos lo llaman “primitivismo”. E, incluso, tienen la distancia suficiente para citar la Pirámide de Maslow. Lejos de toda esa academia y sabiduría, puedo entender perfectamente –no justificar- que se saquea por impotencia, por furia, por anarquía. No sólo por hambre.

Y el Presidente ya ilegítimo de toda ilegitimidad sonríe en Miraflores, muy iluminado, y habla de normalidad. Pero en la calle el ambiente se va enrareciendo. Es ya el cuarto día de apagón, casi el quinto y los muertos sobrepasan la centena. La situación en los hospitales es de total censura. Los médicos amordazados no pueden contar las dimensiones de la catástrofe. Y no, no fue un terremoto. No fue un deslave. En eso tenemos experiencia con cicatrices imborrables. Este fue un saqueo al erario público, sistemático, descarado, documentado. Con nombres y apellidos.

Mientras tanto, las comunicaciones caídas generan una ansiedad que se desborda, especialmente, en esa Venezuela emigrada que no sabe cómo están sus ancianos que viven solos y que no contestan el teléfono. Que no duermen pensando si sus padres habrán podido comprar algo de comida. Si los vecinos serán solidarios o no. Afortunadamente, los vecinos han estado a la altura. 

En muchos edificios hay quien cocina arepas con fogata y reparte o sopa o café. Hay quienes comparten lo que tienen sin preocuparse de lo que vendrá. Y eso habla del corazón de esta gente. Esa gente con la que se reconstruirá un país cuando quienes se queden sin Luz sean ellos. Y mira que no me gusta hablar en términos de ellos y nosotros. 

Al final los seres humanos estamos constituidos de luz y oscuridad. Pero es que esa sombra ya nos confrontó lo suficiente como para transmutarla de un manotazo. O de una patada. O a golpes. Y es que “ellos” cada vez son menos. Cada vez están más solos.

Por cierto, las protestas en barrios y zonas populares cada vez son menos “ocultables”. Cada vez más cerca de Miraflores…




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