miércoles, 25 de marzo de 2009

Hablemos de Sexo

Por un tiempo realmente creì en la historia de la cigueña portadora de bebès. Definitivamente, si. Pero fue un perìodo bastante breve, ya que mi madre, siempre pragmàtica y con poco tiempo para las fàbulas, optò por comprarme un fabuloso libro, "De dònde vienen los niños?", cuando empecè a ponerme incòmoda con la preguntadera.

El libro en cuestiòn -què sabe Dios dònde habrà ido a parar- tenìa fabulosas ilustraciones en las cuales explicaba todo el tema de la reproducciòn con abejas, aves, vacas, perros, gatos...hasta llegar a una hermosa pareja que se suponìa eran tus padres hacièndote a ti mediante unos procedimientos que, a los ocho años, yo no lograba entender demasiado bien. En esa època tambièn tomaba clases de alemàn y tampoco entendìa nada, asì que casi me parecìa normal no entender: el mundo era confuso.

Pero, a esas alturas, ya hacìa varios años que habìa descubierto en la casa de la playa de mis tìos la revista Luz. No sè si alguien la recuerda. Para una niña de seis años esa revista era informativa pero tambièn, pràcticamente, pornogràfica. Obviamente, la leìa a escondidas. Nadie sospechaba que ya yo me preguntaba què era el clitoris y el pene y què rayos era un orgasmo. Siempre fui una niña precoz. Lo que si tenìa muy claro en mi mente era la diferencia entre el inocuo mundo de la reproducciòn de mi libro y las historias sensuales y casi hipnòticas que se contaban en mi revista playera. Habìa descubierto el erotismo y no lo sabìa.

Lo que siempre supe muy claramente fue mi orientaciòn sexual. A los cuatro años jugaba a ser la princesa que el Monstruo de la Laguna Negra rescataba en sus brazos del pantano con Roger, mi vecino, y creo que hasta besitos tìmidos nos dàbamos. O sea, que en esa àrea fui afortunada y no tenìa mayores preguntas. Sabìa claramente lo que me gustaba.

Luego, no mucho màs lejos, vendrìa una semana de shock cuando una de mis primas descubriò el stock de revistas pornogràficas que guardaba en su closet una prima mayor y decidiò mostrarme lo que guardaba el sexo opuesto entre las piernas. Me pasè una semana sin poder despegar la mirada de la entrepierna masculina, bàsicamente atemorizada, pero con un mucho de fascinaciòn y curiosidad. Esto fue como a los nueve años, cuando en mi casa aùn me prohibìan ver los besos de Lupita Ferrer y Josè Bardina y yo me escapaba, cuando todos dormìan, a pegar mi oido a la televisiòn y ruborizarme con aquellos candorosìsimos besos.

Mucho màs adelante me topè con el material pornogràfico de mi hermano. Claro, ya el shock inicial habìa pasado. Y aunque seguìa siendo un tema prohibido, mi aproximaciòn ya era mucho màs libre. Especialmente cuando ya adolescente leì La Mujer Sensual y descubrì -teòricamente- que el sexo es un universo de placer y que no se requiere ser bellìsima para ser considerada una mujer sensual. Si, ya entonces, tenìa unos restrictivos canònes y standares estèticos que me hacìan cuestionarme un poco. Ese libro fue trascendental para mi, casi tanto como Juan Salvador Gaviota en otras àreas. El sexo era democràtico. Fantàstico!

Luego vendrìa mi primer beso. En la playa, en medio de una ola. La vida era lo màximo!

Mi libertad mental contrastaba intensamente con la falta de apertura sobre el tema en casa. Àsì que, podrìa decirse que mi educaciòn sexual fue bastante aleatoria y autodidacta hasta las primeras lecciones de Puericultura en mi colegio de monjas. Toda la adolescencia fue un largo perìodo de dudas, miedos y cuestionamientos ante la posibilidad de la pèrdida de la virginidad. Cuando lleguè al Gustavo Herrera un par de amigas me maravillaron contàndome que sus madres les daban pastillas anticonceptivas y las llevaban al ginecòlogo. Quèee??! Eso para mi era como viajar a Marte. En casa todavìa lidiaba con la Inquisiciòn andina del doble discurso.

Cuando finalmente decidì transgredir las normas familiares y ejercer mi autonomìa como mujer, vinieron otro montòn de preguntas. La verdad que durante unos meses mi percepciòn del mundo cambiò. Me habìa transformado profundamente. No me reconocìa. No fue la tìpica historia del primer amor -a mi pobre primer amor lo tenìa bastante restringido en cuanto a àreas a explorar-, fue màs bien una decisiòn personal y muy consciente de que ya la virginidad era màs un estorbo que una virtud y que debìa trascender ese limite.

El punto es que todos esos descubrimientos, exploraciones y decisiones tuve que tomarlas sola. No habìa muchas opciones para consultar. El entorno familiar y social, bastante conservador, hacìa del sexo un misterio tan atractivo como atemorizante. La informaciòn era casi nula y el doble discurso y el machismo causaban aùn màs confusiòn. Aùn asì, quièn podìa perderselo?

Afortunadamente, siempre intuì que el sexo era un territorio donde uno podìa ser absolutamente libre y feliz. No me equivoquè. Pero como hubiera agradecido que alguien me lo explicara a fondo cuando recièn estaba conociendo el tema.

Estamos en el siglo XXI y toda esta historia, muy superficial, acerca de mi descubrimiento del sexo, debe sonar casi a Pleistoceno. Aùn asì, creo que la educaciòn sexual de niños y adolescentes expuestos a internet, televisiòn por cable y un mundo donde la informaciòn circula superlibremente, no es la adecuada y se deja demasiado al azar. Y esa es precisamente la razòn que me mueve a escribir sobre el tema. Debemos sentarnos con nuestros hijos, nuestros sobrinos, nuestros niños como adultos responsables y brindarles herramientas que les permitan comprender, sin estigmatizaciones ni prejuicios, què es el sexo.

En medio de ese desierto de posibilidades, se hacen algunos esfuerzos interesantes como el del Manual del Sexo para Ti, una guìa especialmente orientada a niños y adolescentes que acaba de salir al mercado y que pone a nuestra disposiciòn un equipo de especialistas. Incluso, asociaciones o escuelas que deseen obtenerla pueden solicitarla, gratis, al telèfono 0212 753 4812. Para los que quieren investigar on line està el blogmanualdesexoparati.

Corran la voz y animense a llamar. Hablemos de sexo con nuestros niños.

martes, 17 de marzo de 2009

El Aplauso

Nunca vi el aplauso va por dentro, ese monòlogo que le ha dado tanta satisfacciòn a Mimì Lazo y a Mònica Montañès. Lo confieso. de verdad, nunca me atrajo demasiado. Mea culpa.

Hoy, sin embargo, no puedo dejar de pensar en esa frase: "el aplauso va por dentro"...No, en este paìs, en esta Repùblica Bolivariana de Venezuela, el aplauso no va por dentro, el aplauso, por el contrario, se hace cada vez màs estruendoso e impune. Cada vez màs còmplice, cada vez màs culpable.

Pienso que si es cierto que la historia absuelve y que Fidel confia en esa premisa, no puede ser cierto que la Historia, con mayùsculas, vaya a .olvidar a esa masa de aplaudidores oficiales por excelencia que ante cada idiotez y abuso del poder Ejecutivo y militar baten sus manos cual focas en Disneylandia (con perdòn de las focas que no tienen culpa alguna).

Venden el oro del Banco Central de Venezuela para cubrir gasto pùblico. Aplausos. Toman militarmente puertos y aeropuertos. Aplausos. Ofrecen La Orchila como base militar rusa. Aplausos. Entregan la Faja del Orìnoco con sus reservas probadas de 235 millardos de barriles de petròleo. Aplausos. Violan la Constituciòn Nacional. Aplausos.

Es una orgìa ovacional (valga el tèrmino). Parece que hubièsemos entrado en una fiebre colectiva de adoraciòn por el lìder.

Y la oposiciòn, disidencia o alternativa democràtica, como prefieran llamarla, tambièn se deja seducir por el aplauso. Dame mis quince minutos de fama. Aplausos. Grito que no vas a poder con el Zulia. Aplausos. Media hora menos de cola en la Panamericana. Aplausos. Salimos en Alò ciudadano. Aplausos.

Y no dejo de preguntarme cuàndo nos tocarà el turno de aplaudirnos a nosotros mismos, al ciudadano comùn, a usted y a mi. Empiezo a creer que cada vez que logramos pagar la exorbitante suma que cuesta el mercado mensual y la incomprable canasta bàsica, debemos aplaudirnos. Cada noche que llegamos a casa sanos y salvos. Aplausos. Cada vez que pagamos tarjeta de crèdito y servicios pùblicos. Aplausos.

Pero, cuando por fin dejemos de pedir lideres y comprendamos que los logros màs sabrosos son los pequeños exitos que obtenemos en equipo, como comunidades, cooperativas y asambleas de ciudadanos, allì si vendràn los verdaderamente merecidos aplausos.

Asi que, ademàs de sugerir la, ciertamente descabellada, posibilidad de incluir el aplauso como delito penal, se me ocurre tambièn que hagamos una suerte de dieta de aplausos. Aplaudir solo cuando sea estrictamente justificado, cuando la aprobaciòn y alegria que mueve al acto venga desde las entrañas.

O sea, que el aplauso no va por dentro sino que el aplauso, para que tenga algun valor, tiene que venir de adentro, como un acto volitivo real, como una necesidad del espìritu y no como un reflejo complaciente.

Asi que a pensarlo mejor antes de dejar a sus manos, nuestras manos, entrar en esa euforia colectiva del aplauso, pues màs de un crimen se ha cometido por la màs ingenua negligencia.

miércoles, 11 de marzo de 2009

La Rebeliòn Imposible

Siglos despuès y tras una serie de desaciertos tecnològicos, los monjes tibetanos me mueven a escribir una nota que tiene que ser breve.
No es extraño, las rebeliones, por lo general, enfrentan a un todopoderoso opresor y a una minorìa que, invariablemente, està desvàlida y que solo cuenta con su convicciòn y su valor. Tibet no escapa a la regla. La matanza de monjes tibetanos y la persecuciòn china tiene ya demasiados años y demasiados testigos de piedra. Esta es una rebelìòn imposible, sin duda, no hay equilibrio de fuerzas posible y, sin embargo, los monjes, tercos, insisten en reivindicar sus derechos.
Hoy se cumplen cincuenta años de esta rebeliòn de monjes invisibles. Invisibles para los poderosos que prefieren seguir haciendo negocios con una China que se niega a respetar la autonomìa no sòlo territorial sino espiritual y religiosa del Tibet. Invisibles para los medios de comunicaciòn internacional que, hasta que no ven sangre, no se ocupan del tema. Invisibles para una gran porciòn del planeta. Pero muy visibles para una serie de organizaciones esparcidas por el planeta que persiguieron la antorcha olìmpica con el ùnico fin de protestar y ponerle un rostro no tan sonriente a los derechos de los tibetanos.
Como ven, entre la ùltima entrada y esta hay un animo bastante diferente. Supongo que podrìa haber optado por el shock de la ministra britànica que descubriò que los hombres de su paìs encuentran màs de una justificaciòn para golpear a sus mujeres o por el delicioso descubrimiento de la maldad de Santino, un chimpancè que esconde piedras para luego lanzarselas a los vigilantes del zoològico. No pude.
El orgullo que me produce pertenecer a la misma raza humana que esos valientes monjes tibetanos me lo impidiò.
Euridice