jueves, 4 de marzo de 2010

A Tigre...

Semanas atràs me levantè muy temprano y salì apresurada a hacer no recuerdo què. Medio minuto despuès de haber encendido mi carro, en la esquina siguiente me golpeò una imagen cotidiana y terrible: un amasijo de pelos blancos y negros cubiertos de sangre yacìa allì, sin ningùn doliente visible.

Y digo esto porque a mi sì me doliò. Y mucho.

Aquel amasijo sin vida habìa sido un gato fabuloso y autònomo al que amè desde mi ventana. Lo veìa muchas noches acercarse a molestar a los perros presos del concesionario de vehìculos ubicado en la esquina de mi casa. Orgulloso y desafiante caminaba por la calle ciega con su pelaje blanco y negro y su actitud de dueño de todo.

Me encantaba. Me imaginaba todas las aventuras que tenìan lugar unas calles màs allà. Lo imaginaba hurgando la basura o siendo alimentado en alguna casa de la cual era transeùnte libre pero querido. Ese es un tipo de amor que se me da fàcil, natural. Es la forma en la que mejor sè amar.

Hace un par de dìas tuve que ir a visitar a mi gata Tigre Marìa. Bellìsima, amarilla y arisca siempre. Tigre me cayò, casi literalmente, en las manos en Ciudad de Mèxico, trece años atràs. Siempre pensè que se habìa caìdo de la casa de al lado y que, por eso, nunca entendiò bien que estaba haciendo ahora en la casa que compartìamos mi novio de entonces y yo.

Le tocò, desafortunadamente, llegar algunos dìas despuès que Augusta, quien habìa escogido a a mi pareja como compañero de vida y, por ende, se habìa apoderado de la casa como hembra alfa. Asì que Tigre tuvo someterse y desarrollò ese caràcter tìmido y distante, pero sumamente amoroso. Como los divorcios son como son, cuando me mudè de casa de mi novio, no me quedò màs remedio que dejarle a Tigre, ya que su caràcter le harìa imposible convivir con un perro, aunque este fuese casi un Lord encarnado en schnauzer como era Kippiro.

Asì pues, Tigre, mi gata amarilla bellìsima, y yo tuvimos que separarnos y la vì muy pocas veces a lo largo de los años.

En fìsico.

Sin embargo, siempre tuve (aùn tengo) su foto en mi escritorio. La veìa todos los dìas y le hablaba como si estuviese conmigo. Mi conexiòn con ella tuvo que limitarse a ese amor que das de lejos, desde el corazòn, esperando que el otro lo sienta.

Y creo que lo sintiò.

Hace un par de dìas, cuando fui a verla al veterinario -luego de una llamada de mi ex para avisarme que estaba muy enferma-, llevaba el corazòn encogido y con el temor de que Tigre no me reconocerìa. Hacìa mucho tiempo que no la veìa, asì que hubiera sido lògico que ella se replegase. Su caràcter era siempre arisco en circunstancias normales, asi que yo me hubiese conformado con sòlo verla. Pero Tigre fue màs allà y me hizo el regalo màs maravilloso aùn en medio de su vulnerabilidad y malestar: me reconociò, se acercò a mi y me dejò amarla en fìsico por màs de media hora.

Hablè mucho con ella y llorè, le dije que si tenìa que irse se fuera, que yo estaba segura de que nuestras almas, de algùn modo, volverìan a encontrarse. La acariciè muchisimo y ella recibiò mi amor. No la besè porque es muy dificil besar a un gato enfermo en una jaula, pero hubiera querido hacerlo y, màs aùn, sè que ella me habrìa dejado. Ella estaba muy mal y se fue esa misma noche a lo que algunos pensamos debe ser el Cielo de gatos, lleno de yerba gatera, ovillos y àrboles para jugar.

Tambièn tengo dos gatas màs, dos amores completamente distintos. Una es Amarilla, mi gata del cerro, la cual casi podrìa decir que tenemos como propiedad colectiva todos los que vamos al Avila desde hace algunos años. Eso, sin entrar en la consideraciòn que a Amarilla no se le ocurrirìa jamàs pensarse a sì misma como una propiedad de nadie. Ella es libre y orgullosa y reconoce a quienes la queremos de la misma forma por el tono de la voz y la forma de acariciarla. Hay quienes la quieren de una forma màs comprometida que la mìa y le llevan comida a diario. Ella les exige y los espera. De mi ella no espera eso, de mi sòlo espera que yo aparezca cuando quiera y que, si ella està de humor, me dejarà hacerle cariño y acompañarla por un rato.

La otra es Kaya. Ella no practica el amor libre, ni sabe de amores desde lejos. Ella no sabe conformarse. Ella nunca querrìa conformarse. Ella me llamò a gritos una tarde que bajaba de Sabas Nieves. A todo pulmòn gritaba desesperada y me obligò a bajarme del carro a buscarla.

Y no ha dejado de gritarme desde entonces.

Es un ser absolutamente fabuloso, superamorosa y asertiva. Y, medio segundo despuès que te ha dado todo su amor, besitos y pasiòn, es capaz de morderte y agredirte como el ser màs malvado y oscuro que se te ocurra. A veces lo hace jugando, otras veces, simplemente, porque no puede evitarlo.

Ella es asì. Blanco y negro.

Aunque tambièn tiene manchas amarillas.

Kaya me obliga a estar, me despierta cada mañana como a las 5 para que vaya a ponerle comida y es capaz de frotarse contra mis piernas hasta volverme loca cuando quiere pechuga de pavo o helado de mantecado. Todos los dìas me pide amor a una hora precisa y tengo que darselo, si no me volverà loca hasta conseguir su objetivo.

Este es un tipo de amor que me cuesta màs. Mucho màs. No se me da tan fàcil.

Pero todos aquellos seres como Kaya que se han plantado en mi vida y me han dejado sin ninguna salida mas que amarlos, saben que es posible y no es una quimera, puedo amarlos a diario. No me gusta, no me es natural, pero puedo lograrlo.

Despuès de todo, no creo que haya placer màs grande que sentir que un ser que amas ronronea sobre tu regazo y que eso solo se debe al amor que tu le estàs dando.

Si. Tengo muchos màs gatos de los que puedo amar a diario, pero creo que en el corazòn caben muchas formas de amor, aunque a veces parezca no ser suficiente.