jueves, 5 de noviembre de 2009

VOY POR TI, ASTRID CAROLINA!

Hace un par de dìas un amigo publicò en su muro de Facebook una frase que me paralizò. No sè por què. A fin de cuentas no es que nunca la haya escuchado. De hecho, hasta la he pronunciado. Pero cuando leì: "aqui voy, sin complejos" todas mis alarmas se dispararon

No sè si es un tema de edad o què. Claro, innegablemente, la liberaciòn y desparpajo que se produce cuando uno arriba a los 40, influye. Se da, entonces, (para decirlo con un falsìsimo tono acadèmico) un proceso de autoaceptaciòn y autoconocimiento que produce un verdadero estado de serenidad y armonìa.

(Aqui, si mis conocimientos tecnològico-internàuticos me lo permitiesen habrìa que insertar una sonora y sarcàstica carcajada de duda. Imagìnensela. Ya yo la estoy escuchando).

Pero, en mi caso al menos, no es que a uno se le acaban los complejos y comienza a aceptarse tal y còmo es. No. En absoluto. Todo lo contrario. Creo que a mi me quitan mis complejos y no soy nadie. Muchas veces mis complejos me han librado de hacer el màs absoluto ridìculo.

Claro, no siempre. Recuerdo perfectamente aquella vez en la cual alguien inoculò en mi la absurda idea de que podìa competir en un concurso de madrinas con Astrid Carolina Herrera que, posteriormente, serìa Miss Mundo o Miss algo. Y nada màs y nada menos que en la Academia Militar! Si. Vergonzoso. Debì haber escuchado a mis complejos que me gritaban justo antes de desfilar por aquella improvisada pasarela. No lo hice y quedè marcada de por vida!

Y es que la verdad es que los complejos suelen ser algo bastante razonable. Digamos, uno se ve al espejo todos los dìas y sabe cuàles son sus puntos fuertes y cuales son màs bien negros. Durante años no usè colas de caballo a causa de mis orejas. Herencia paterna. Hasta tenìa un amigo muy querido que me llamaba Orejita. Un buen dìa decidì ponerle fin a esa situaciòn y me sometì a una fabulosa cirugìa plàstica para corregir el terrible defecto. Luego de un mes -o algo màs- de usar un turbante de gasa, descubrì que mis orejas eran màs tercas que yo y que, si bien una habìa cedido, la otra seguìa indomable e impertinente asomàndose al màximo por entre mis cabellos. Bueno, no me quedò màs remedio que abrazar mi complejo como quien da un abrazo de Año Nuevo y asumir que cada vez que uso cola parece que fuese a despegar del suelo...

Ni hablar de la obsesiòn que se posesionò de mi cuando todas las mujeres a mi alrededor comenzaron a aumentarse los senos. Empecè a ver los mìos casi con làstima. Visitè a un par de mèdicos y tuve el dinero en la mano. Me preguntè si la sensibilidad desaparecerìa o si quedarìan cicatrices. Vi màs senos en unos meses que la mayorìa de mis amigos y a todas las operadas les pedì que se levantaran la camisa y me mostraran su recièn adquirida belleza en hidrogel o silicona. Hice una investigaciòn sobre cirujanos plàsticos que hasta hubiera podido publicar...Sin embargo, una variedad de circunstancias se confabularon para que no me transformase en Pamela Anderson y todavìa hoy tengo el complejo. A ese lo acaricio cuando veo en la televisiòn a todas las valientes que ya se han operado.

Eso sin hablar del que se apoderò de mi la primera vez que me dijeron señora. Casi le pego con las bolsas al imberbe muchachito que deshizo para siempre mi ilusiòn de eterna adolescente.

Y ni què decir de complejos un poco màs profundos. Esos que me han impedido llegar màs lejos de dònde estoy o que, precisamente, me han traìdo exactamente hasta este punto. Como el que me hace sentir que ningùn esfuerzo o logro es suficiente porque en la familia en la que nacì ni ganando el Nobel dos veces eres lo suficientemente arrecho.

De veras, no serìa nadie sin mis complejos, les he tomado cariño y los tengo clasificados a todos primorosamente en diferentes frasquitos con etiquetas de colores. Asi, cual si fuesen pocimas de algùn viejo boticario, me los autoprescribo cada vez que me enfrento a alguna nueva situaciòn.

Por supuesto que hay dìas en los cuales salgo tan de prisa que no me da chance de abrir ningùn frasquito y entonces si, salgo al mundo desnuda y sin complejos. Esos dìas no hay quien me detenga y hasta se me ocurre preguntarle a algùn desconocido si ha visto por ahì a Astrid Carolina Herrera para invitarla a un nuevo duelo.