Se vuelve a ir la luz. Ha
durado 17 horas en esta segunda tanda. Ya estamos en el cuarto día de apagón
nacional. He tomado la previsión de ir temprano al supermercado de la esquina a
gastar los últimos 10 mil bolívares que tenía en la cuenta. Logré comprar huevos
y unos bizcochos. Ahora me alegro de esa pequeña victoria. Pude comprar algo.
Quién sabe cuánto tiempo más se irá la luz esta vez.
Desconecto todos los
equipos, los bendigo y rezo para que no se dañe ninguno con la inestabilidad
del sistema. La potencia de la electricidad era baja desde anoche. Era evidente
que el milagro de la luz iba a durar poco. Apenas suficiente para bañarse con
agua corriente y tibia y para cocinar algo para los próximos dos días. Y el
lujo de tomarse un café aunque sea sin leche. La leche se estropeó.
Y estoy en el grupo de los
privilegiados. No tengo dólares en efectivo, es verdad. En una situación de
caos nacional hay negocios cobrando en efectivo y en moneda dura. Esa
mentalidad miope de la ganancia inmediata. Sin comprender que la solidaridad y
la responsabilidad social son el mejor mecanismo de lealtad para una marca o
una empresa. Eso sin entrar en el tema ético o moral, en la empatía, en la
capacidad de comprender las penurias del otro.
Ha habido saqueos. Cierto que,
en muchos casos, han saqueado licorerías. Y no me cuesta tanto entenderlo. En
una sociedad en la cual la gratificación inmediata se combina con la sensación
de Fin de Mundo de estos días, yo, quizás, también querría un par de tragos para
olvidarme de la banda de saqueadores mayores que ha desangrado al país a ojos
vistas de todos y que hoy se dan golpes de pecho, víctimas, mártires y
superhéroes jurando que lo hacen todo por el pueblo, que son objeto del enésimo
saboteo injerencista en contra de la Revolución más excelsa.
¿Honestamente? NO ME
JODAS.
En la radio Penzini Flores
y sus expertos lo llaman “primitivismo”. E, incluso, tienen la distancia
suficiente para citar la Pirámide de Maslow. Lejos de toda esa academia y
sabiduría, puedo entender perfectamente –no justificar- que se saquea por
impotencia, por furia, por anarquía. No sólo por hambre.
Y el Presidente ya
ilegítimo de toda ilegitimidad sonríe en Miraflores, muy iluminado, y habla de
normalidad. Pero en la calle el ambiente se va enrareciendo. Es ya el cuarto
día de apagón, casi el quinto y los muertos sobrepasan la centena. La situación
en los hospitales es de total censura. Los médicos amordazados no pueden contar
las dimensiones de la catástrofe. Y no, no fue un terremoto. No fue un deslave.
En eso tenemos experiencia con cicatrices imborrables. Este fue un saqueo al
erario público, sistemático, descarado, documentado. Con nombres y apellidos.
Mientras tanto, las
comunicaciones caídas generan una ansiedad que se desborda, especialmente, en
esa Venezuela emigrada que no sabe cómo están sus ancianos que viven solos y
que no contestan el teléfono. Que no duermen pensando si sus padres habrán
podido comprar algo de comida. Si los vecinos serán solidarios o no. Afortunadamente,
los vecinos han estado a la altura.
En muchos edificios hay quien cocina arepas
con fogata y reparte o sopa o café. Hay quienes comparten lo que tienen sin
preocuparse de lo que vendrá. Y eso habla del corazón de esta gente. Esa gente
con la que se reconstruirá un país cuando quienes se queden sin Luz sean ellos.
Y mira que no me gusta hablar en términos de ellos y nosotros.
Al final los
seres humanos estamos constituidos de luz y oscuridad. Pero es que esa sombra
ya nos confrontó lo suficiente como para transmutarla de un manotazo. O de una
patada. O a golpes. Y es que “ellos” cada vez son menos. Cada vez están más
solos.
Por cierto, las protestas
en barrios y zonas populares cada vez son menos “ocultables”. Cada vez más
cerca de Miraflores…
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