Hace unos
años cuando fui a hacer kayak en los rápidos de Barinas, viví una experiencia
transformadora y exigente, física, mental y espiritual.
Para
ilustrarla, debo describir primero:estás
en un río, con profundidad promedio de metro y medio, muy frío y con
"rápidos". Que en el momento eran clase 3 de una escala de 5 puntos. En un
barco para 2 personas cada cual con un remo.Y a la
derecha una pared y a la izquierda otra. O sea, ¡no hay orillas!
Solo río.
El
trayecto toma 4 horas.Bajas por el río hasta la orilla donde te esperan
los del campamento.
Obvio: en esas 4 horas, te caes, se voltea el barco. Lo pierdes, lo tienes que
alcanzar, te montas y sigues. Y así cada vez..Te montas y sigues... Y de
nuevo... ¡Te montas y sigues! Te cansas. ¡Te montas y sigues! ¡Te quieres
bajar! Pero ¡¡¡te montas y sigues!!!
Lo
interesante es que... No hay opción. El río no se va a detener, los rápidos
no van a mejorar. (Si se hace más tarde son "mas rápidos), y ¡no te
puedes bajar! Porque tocaria escalar sin equipo para llegar a la carretera
(cargando el kayak)
O sea: HAY QUE SEGUIR. Pase lo que pase hay que subirse de nuevo al barco y seguir.
Hay
ciertos remansos donde hay "playas".Te detienes, tomas agua, te
recargas. Y entrompas de nuevo el río. Y, de algún modo, cuándo sientes que
no vas a llegar: viene otra playa... ¡Y así hasta el final!
¿Que
pienso hoy?
Que no HAY NADA QUE HACER sino subirse al barco y ¡seguir
remando!
Hoy es una playa... Tomaré aire, beberé agua, comeré algo ligero, ajustare mi casco
y agarrare mi remo...
Para seguir.
Por un
momento pensé que había terminado el recorrido. Pero solo es una playa
30/07/17
7:20pm
Freddy
Camargo.
Torre
B. Arca del Norte.
Barquisimeto.
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