Una siesta en Habana Vieja. |
Pedro es una isla
“Me voy a montar en un bote. Con un amigo.
En octubre. Cuando los vientos sean favorables” eso me dijo la última vez que
lo vi en Neptuno. “Esta vez si lo voy a lograr. Lo tengo que lograr. Tengo que
salir de aquí”. Él, que nunca en su vida ha tenido el viento a favor, ni cuando
regresó a La Habana de Miami con 4.600 dólares y su familia lo quiso hasta que
el dinero se acabó. Él, que vive en un bohío en Marianao porque las noches en
Centro Habana son duras y si te duermes en la calle te muelen a golpes. Él, que
es la isla más isla dentro de esa isla revolucionaria que desde el 1 de enero
de 1959 es norte, faro y mito de las izquierdas de todo el planeta. Él, único
habitante de su isla, quiere abandonarla y se la va a jugar en una balsa justo
ahora que los vientos cambian. Justo ahora que quizás no sea ya necesario.
Vocación de náufrago. Catire suicida.
La primera noche en La Habana conocí a
Pedro. Se me acercó pidiéndome un par de pesos cubanos. Le dije que no tenía.
Reconoció el acento. “¿Venezuela?. Si. Yo viví en Venezuela en el 92, el año de
los golpes. Me acuerdo de Por estas
Calles y del malo, Sarría Vélez. Esa era una época difícil para vivir en
Venezuela”. Su aliento era etílico, por supuesto. Sin embargo su historia era
coherente, lúcida. Tanto que pensé que la Inteligencia Cubana lo había enviado.
Basta pisar la isla para que cierta paranoia se desate. Sobre todo después que
en el Consulado cubano en Caracas han detectado tus raíces: “es que con ese
apellido…” me espetaron cuando solicité la visa haciendo referencia a uno de
los más famosos presos políticos de la casi post-revolución. Estreché su mano
áspera y le dije que ojalá volviéramos a encontrarnos.
Mi deseo se cumplió. Varias veces.
Pedro es náufrago desde antes de lanzarse
al mar. Anda a la deriva. Ya habita una isla desierta. Árida. Hace 3 años se
lanzó a las calles tras una discusión con su madrastra y su cuñada. Días después de que se acabaron los dólares.
En lugar de dividir la casa en pisos la dividieron en dos. “La casa estaba
demasiado llena”. No hay cama pa tanta
gente. Su padre y su hermano se dejaron vencer y lo expulsaron del seno
familiar. En la calle lo abrazó el alcohol y la indigencia. Ahora almuerza
temprano –a las 11- en la casa de alimentación que está detrás del Bar
Manzanares entre Infanta y Carlos III. “Aquí almuerzo por sólo 5 pesos” me dice
frente a un plato que es básicamente arroz blanco y huevo frito.
Luego supe que ese refugio de alimentación
son los restos del Cine Manzanares que antes de la Revolución albergaba 1150
butacas para fantasear y me imaginé a Pedro protagonizando películas de bajo
presupuesto: en una era un joven treintañero, rubio y de ojos azules que
llegaba a Caracas en 1992. En esa trabajó con Posada Carriles y Henry López
Sisco, -aunque nunca me quedó claro haciendo qué- fue acunado por la familia
del famoso abogado inmobiliario Orta Poleo que lo alojó en San Agustín y se
volvió fanático de Por estas Calles,
telenovela escrita por Ibsen Martínez que más que ficción fue premonición y
vehículo de la antipolítica que terminaría sacando a Carlos Andrés Pérez de la
Presidencia de la República y le allanaría el camino a Hugo Chávez Frías al
correr de muy pocos años.
En otra, ese mismo catire, -como se le
dice en Venezuela a los rubios de ojos claros-, escapa de Maiquetía como
polizón en un vuelo de Servivensa que aterriza en Miami con un pasajero que
tuvo la osadía de hasta pedir un celular prestado para llamar a sus familiares
y anunciarles que sería arrestado por las autoridades migratorias
norteamericanas. Ambas tramas fueron ciertas y persisten en la mente lúcida de
Pedro. Eso sucedió antes de convertirse en isla, en náufrago.
Un poco de ficción que no es tal. Un poco
de fantasía para honrar a alguien a quien la realidad está golpeando contra las
rocas hace ya demasiado tiempo.
Quizás fueron los 19 días preso en Cuba
bajo la acusación de contrarrevolucionario. Tal vez fue la imposibilidad de
pagar los 100 dólares para recuperar su pasaporte. Acaso haya sido la certeza
de que ya no cobraría más su dissability
pension –por nervios- ni disfrutaría de su Green card en Estados Unidos lo que terminó convirtiéndolo en esa
isla trágica que conseguí de nuevo días después en la Av. 10 de Octubre en un
puesto de venta de ron a granel.
-Malo,
¿no?
-¡Malo!
Pero es mejor que nada. -Contestó apurando un trago-.
-Nos
vemos luego Pedro, ahora sé que nos volveremos a ver. Me despedí ese día.
Y fue cierto. La última vez caminamos por
Zanja. Me acompañó a tomar el Bus 27 para llegar a Vía Azul. Ese día me iba a
Trinidad. El autobús se tardó así que conversamos largo: me contó que cada
noche se regresaba a Marianao y dormía en su bohío. Ese que se construyó en un
terreno baldío donde nadie lo molesta. Que había llegado a la conclusión de que
si lograba comprarse un frasco de mayonesa podría desayunar con pan y mayonesa
por todo un mes. “Tú sabes, la mayonesa alimenta. Y no se daña”. Había llegado
a esa conclusión tras analizar que el desayuno es de las comidas más caras en
La Habana. Me contó que ya lo había decidido, que saldría desde Santa Fe en
octubre con un amigo porque los vientos son mejores en esa fecha, que ya
estaban organizando el viaje, que ya habían conseguido aceite para espantar los
tiburones…Le metí un CUC en el bolsillo cuando llegó el bus: “Colaboración para
la mayonesa” Y le di un abrazo.
Fue la última vez que vi sus ojos, océanos
de tristeza.
Pienso en octubre, pienso en los
tiburones, pienso en su mala estrella y en esa dulzura improbable en un hombre
adulto que ha trabajado en Inteligencia y, peor, pienso en las estadísticas:
entre 2013 y 2014 los balseros cubanos aumentaron de 2.129 a 3.722. Casi 75%.
La Guardia Costera atrapa y deporta a 8 de cada 10. Aunque Pedro cuenta con que
lo atrapen –“cuando me busquen en la computadora verán que tengo ciudadanía y
me dan los papeles y listo”- hay otro número que no es oficial pero se presume
con cierta base: 1 de cada 3 balseros termina en el estómago de algún tiburón o
ahogado en el Estrecho de La Florida.
Una
isla llamada Guanabacoa.
“El cubano lo que come es perrito y
picadillo” me contó Zora por fin al tercer día. Indignada, agotada, con una
furia casi en llanto que le fue subiendo hasta la garganta y los ojos negros
rasgados. Esta morena preciosa vive en Guanabacoa, a 45 minutos de Centro Habana.
Todos los días viaja hasta San Lázaro porque, afortunadamente, ella trabaja en
una casa de renta donde la dueña puede pagarle 1000 pesos al mes. Es decir,
cerca de 40 CUC. Más del doble de lo que gana el cubano promedio. Y, aún así,
no le alcanza. Se rebusca vendiendo a plazos lo que muchos venezolanos llevan a
la isla para revender.
Sentada
en una silla Luis XVI, en un salón reconstruido de una casa de 1830 con un techo
que se eleva casi 5 metros y paredes recién pintadas, Zora luce casi diminuta
en sus lycras multicolores y franela. Lleva el cabello recogido con una pinza y
algunas veces, mientras conversamos, su mirada se vuelve líquida. No de
tristeza. De furia. De indignación: “¿tú puedes creer que aquí hasta las
jineteras tienen que pagarle licencia al Estado? Pero si eso es tuyo –casi
gritó haciendo un gesto elocuente- Si es tu cuerpo…Es que hasta lo que recogen
basura tienen que pagar”. Le pregunté cuánto cobraban. Me dijo que había
muchachas muy jóvenes que en las discotecas se le lanzaban encima a los
extranjeros, que por 20 dólares se iban. A veces por menos. Y ¿las
enfermedades? pregunté. “A la vuelta de la esquina” respondió veloz.
“Vieras
en Guanabacoa cómo se prostituyen esos muchachitos, adolescentes. De 14 años.
Los turistas van buscando homosexuales. Imagínate que ahora las cubanas tenemos
que cuidar a nuestros maridos para que no terminen…” casi no se atrevió a
terminar la frase.
La
Revolución erradicó por decreto la práctica de la prostitución en 1959. La
promesa era que la mujer no tendría que degradarse a ser trabajadora sexual,
pues habría oportunidades de trabajar en áreas menos estigmatizadas. El listón
moral era alto, pero 50 años después la realidad económica parece haber engullido
esa promesa. En 2015 no sólo existe la variedad tradicional y la del sexo
ambulante a la intemperie –las chupa-chupa que se especializan en la práctica
del sexo oral en descampados y a plena luz del día por una cómoda tarifa- sino
que además las cifras de prostitución homosexual de jóvenes se han disparado. La prostitución en Cuba tiene
antecedentes coloniales con cédulas reales para probarlo. Sin cifras oficiales
es difícil establecer realmente qué porcentaje de esos más de 6 millones de
mujeres cubanas está en el negocio del sexo por dinero. Algunas fuentes indican
que antes de 1959 eran 10 mil mujeres y que hoy serían 100 mil. Otras
multiplican ambos números por 10. Se dice que ocupa el primer lugar en América
y décimo a nivel mundial, solo superada por países asiáticos.
Lo cierto
es que Cuba resulta atractiva para los turistas sexuales de Occidente. Está más
cerca y es más barata que Tailandia, por ejemplo. Y la tasa de VIH es más baja
que en otros destinos en el Caribe, como República Dominicana o Haití. Aunque
ya en los tempranos 90s registraba una tasa de crecimiento de gonorrea y
sífilis preocupantes al punto que la Organización Panamericana de la Salud
afirmó que una crisis de VIH estaba en gestación.
Obviamente, hay una enorme diferencia entre la prostitución consensual y
la prostitución infantil. La edad de consentimiento en Cuba es de 16 años y no
está penalizada la prostitución sino el proxenetismo. Aunque las penas para los
que lucran con la genitalia ajena son bastante menores. Las dimensiones del
mercado de sexo con menores de edad son un misterio — el gobierno comunista no
habla públicamente del tema, y fomenta una imagen de ser un país libre de los
problemas sociales que afectan a otras naciones — pero está claro que está
sucediendo.
A falta
de cifras oficiales hay que recurrir a fuentes externas. En 2011 la Real
Policía Montada Canadiense (RPMC) señaló que Cuba era uno de los principales destinos
en el continente para depredadores sexuales canadienses, junto con la República
Dominicana, Haití, Brasil y México. Pero no puede generalizarse. Más de un
millón de turistas canadienses visitaron la isla el año pasado. Sé que en
Centro Habana, entre Lealtad y Perseverancia, un canadiense parecido a Elvis
Presley viene cada verano a pasarse un mes en la isla y cada noche le deja 100
dólares a una muchacha distinta. Todas entre 16 y 20 años. Prostitución, si.
Pederastia, no.
A pesar
de que en 2012 el Reporte sobre Tráfico de Personas del Departamento de Estado
aseguró que el gobierno cubano “no hizo ningún esfuerzo conocido para reducir
la demanda por la prostitución”, lo cierto es que es muy poco probable que el
tema sea prioridad en las negociaciones que se llevan a cabo entre Estados
Unidos y Cuba en la actualidad. Y, de hecho, la realidad es que las leyes
cubanas son severas en casos de explotación sexual de niñas o niños de 14 años
o menos, si el gobierno decide llevarlos a los tribunales. Las condenas llegan
hasta 30 años de cárcel, y hasta muerte por fusilamiento si existen factores agravantes
tales como el uso de violencia o drogas.
Trágicamente
una orgía en Bayamo terminó en 2010 con el fallecimiento por asfixia de una
niña de 12 años. Tres italianos fueron sentenciados a 25 años de cárcel por asesinato y corrupción
de menores. Documentos judiciales indican que la niña era asmática y murió accidentalmente.
También se conoce los casos de dos canadiensea, el primero fue sentenciado a 25
años de cárcel por abusar de una chica de 15 años, y el segundo a 11 por abusar de una niña de 13. Las autoridades
de la isla trabajan en tándem con Interpol para negarle la entrada a pederastas
conocidos. Y según el informe confidencial de la RPMC al cual accedió el
Toronto Star, “la policía y otros funcionarios parecen tratar los crímenes
sexuales, en particular aquellos en que las víctimas son niños, de un modo
serio y profesional”. Todo eso es cierto, correcto, pero insuficiente.
Incluso, Wikileaks
reveló un despacho de la diplomacia estadounidense titulado “Recomendaciones
para Cuba”: Admitir que el tráfico de sexo infantil es un problema; brindar
mayores protecciones legales y asistencia a las víctimas; desarrollar
procedimientos para identificar a posibles víctimas del tráfico sexual entre
los sectores vulnerables de la población; aumentar el entrenamiento en contra
del tráfico sexual para la policía; y tomar medidas más fuertes para prevenir
el tráfico de niños en la prostitución”. Raúl Castro, actual líder de la
Revolución, sigue sin decir nada oficialmente sobre los depredadores sexuales
mezclados entre los más de 2 millones de turistas que visitan la isla cada año.
En octubre de 2013 la Ministra de Justicia
cubana, María Esther Reus, aseguró que en Cuba el problema de la prostitución
infantil “es mínimo”. La funcionaria hizo esta declaración pública tras la
investigación conjunta del Nuevo Herald y el Toronto Star y 3 años después de
la muerte de la niña de Bayamo.
La ministra también
detalló que 224 personas fueron convictas de proxenetismo en el 2012, y de que
siete extranjeros están en la cárcel acusados de abusar de menores, pero sin
detalles sobre las sentencias de los proxenetas o las nacionalidades de los
extranjeros.
El
Ministerio de Turismo de Cuba ha tomado medidas para impedir el turismo sexual,
declaró ella, pero el enjuiciamiento es difícil porque las prostitutas
generalmente tienen una relación “consensual” con sus proxenetas, y los casos
de corrupción de menores “son mínimos”. Mes y medio después tuvo lugar el
Primer Simposio sobre Prostitución, Turismo Sexual y Trata de Personas
impulsado por la propia hija de Fidel Castro, Mariela Castro, Directora del
Centro Nacional de Educación Sexual.
Claro que
Zora no sabe de esas cifras, ni de ruedas de prensa o simposios. Zora ve lo que
ve. Y lo que ve son adolescentes de ambos sexos que cada noche salen a
prostituirse en las calles de Guanabacoa por unos cuantos CUC. Creo que Zora no
se equivoca: ¿cómo podría si es testigo de primera mano?
Gloria es un espejo
Es una
mujer opulenta y familiar. De piel clara y anteojos. Desconfiada. Emprendedora.
Próspera. Se mueve casi etéreamente en las rendijas que dejan las leyes
revolucionarias. Su visión empresarial la haría triunfar en cualquier lugar del
planeta. Pero, en su isla, la única forma de lograrlo es gracias a un aceitado
y muy bien engranado sistema de lealtades. Acá nada se logra en solitario. Takes a village. Si ella progresa, su
entorno también progresa. Muy pronto comprendo que esta es una sociedad donde
destacarse tiene un altísimo costo social. Hay CDRs –Comités de Defensa de la
Revolución- por doquier. A veces dos en una sola cuadra. La hipervigilancia del
vecino es casi tangible. Y es que, señalar a alguien en falta, siempre supone
algún tipo de privilegio. Equivale a una suerte de sistema de acumulación de
puntos por lealtad.
Y Gloria lo sabe.
Y se cuida.
Y progresa.
Pero no progresa sola.
Tiene
mucha experiencia en venezolanos. Cada semana le llega algún raspacupo desesperado pidiendo asistencia.
Gracias a un estratégico acuerdo con algunos taxistas del Aeropuerto
Internacional José Martí, Gloria capta a quienes necesitan acceder a dólares en
efectivo tan urgentemente que están dispuestos a pagar una comisión de entre 16
y 20% del consumo. Siempre hay algo que comprar: un televisor, una nevera, una
reserva de hotel. Y ella está dispuesta a pagarle 10 CUC al taxista por captar
al incauto raspacupo –que no es tan incauto porque sabe que está incurriendo en
una ilegalidad pero que no tiene más remedio que hacerlo- que luego le dejará entre 200 y 250 dólares
por transacción. Por supuesto, ella lo edulcora como si fuese una ayuda
desinteresada, casi amorosa. Pero, cuando el venezolano en cuestión cuenta los
billetes que le quedan, comprende que en este mundo todos los días sale un pendejo a la calle y quien se lo encuentre es de
él.
Pero
lanzarse solo a la aventura de raspar tampoco
es demasiado amoroso. Los tiburones no atacan sólo en el Estrecho de La
Florida. Persuadir a alguna cajera que no te conoce de incurrir en un delito no
es cosa fácil. Especialmente si consideras que en centros comerciales como el
Mercado Carlos III las cámaras de seguridad están por doquier. Se requiere de
un bajo perfil obligado y cuando ya has entrado 4 veces a la misma tienda ese
es un activo que se pierde irremediablemente.
Los
venezolanos somos un negocio para los cubanos. A nivel macro, a nivel micro. No
tanto como los europeos y norteamericanos, pero un negocio lucrativo igual.
Hermanados por circunstancias políticas y sociales pareciéramos estar montados
en el mismo barco, un barco en el cual los isleños nos llevan una gran ventaja:
la de saber sobrevivir a toda costa a los embates de un modelo político
agotado. Venezuela le dio mucho más que aire a Cuba en los últimos 15 años,
justo cuando el abandono de la Unión Soviética había dejado a la isla y su
Revolución a la deriva.
Los
créditos y subsidios concedidos por la Unión Soviética entre 1961 y 1984 fueron
casi 38.000 millones de dólares. Hacia 1988 eran más de 5.000 millones de
dólares anuales. Gracias a los
combatientes de Angola, además, el gobierno revolucionario recibía un
complemento diario 3 millones de dólares. Pero eso llegó a su fin con el
desmoronamiento de la URRS y tras varios períodos
especiales –crisis, en jerga revolucionaria- comenzó el romance con
Venezuela y el extinto líder Hugo Chávez Frías quien abrazó a la isla como la
Metrópoli de la Revolución –la Madre Patria de la Patria Grande- y aunque
también del lado venezolano hay una total opacidad con respecto a estas
erogaciones, se conoció recientemente que sólo en los últimos 3 años se
transfirieron a la isla más de 18 mil millones de dólares.
Pero
ahora, con Venezuela al borde de un virtual colapso político social y económico
de dimensiones inconmensurables, la isla ha tomado una decisión difícil de
explicar en la retórica ideológica pero absolutamente comprensible en términos
de supervivencia económica: virar hacia el Imperio, hacerle guiños al que
siempre fue el enemigo más terrible, todo de espaldas a su aliado más generoso
y enamorado: Venezuela.
Cercanía ideológica |
A nivel
micro, a nivel del tú a tú, las cosas son mucho más sencillas. Las tarjetas de
crédito no pasan. Denegada. Una y otra vez. Las comisiones son ahora más bajas.
Somos menos deseables. Somos menos negocio. Estamos quebrados. Estamos pelando bolas. Estamos casi en igualdad
de condiciones. Quizás peor. Somos un espejo. Gloria me lo muestra. La Isla tiene al Imperio y no tiene hiperinflación
ni crimen organizado. No tiene el caos en puertas.
-“No soy mafia. No soy puta. Sólo quiero que me des
un boli para mi hijo y que me compres una bolsa de leche” me dijo aquella
morena franca y redonda que llevaba el
cabello en dos colitas.
-No tengo demasiado dinero. Soy venezolana. Dije
mientras le entregaba el bolígrafo negro.
-Te entendí. Respondió con una simpleza tajante y
cómplice.
Yo caminé hacia el Hotel Inglaterra, ella siguió
cazando turistas a las afueras de una TRD.
Ahora que se acerca octubre pienso en Pedro y su
balsa.
Ser náufragos aún antes de lanzarse al mar.
Visitar tantas islas y transitar por puentes
endebles.
Encontrar espejos en los que no te quieres mirar.
Me miras, te miro. Callejón de Hamel. |
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