Estos días pienso mucho en mi padre, Rómulo Ledezma, a quien le decían El Diablo y El Poeta. Número de prontuario en la Seguridad Nacional 16.634. Detenido el 21 de mayo del 57, con 22 años, para "averiguación relacionada con una presunta huelga estudiantil".
Dice J.A. Catalá que "perteneció al cuarto grupo de secuestrados políticos enviados desde Caracas a la Cárcel Nueva de Ciudad Bolívar". Aunque a mi siempre me dijeron que estuvo en Guasina, aquella isla maldita de paludismo, disentería y violencia de la que casi nadie sabía.
Me cuentan que mi abuela Carola, su madre, lo buscaba desesperada y le negaban que estaba preso. Los miembros de la SN bajo el mando de Pedro Estrada le hacían desplantes. Mi abuela, una mujer llanera, recia, fuerte como un roble, madre de 6 hijos, no abandonaba su lucha. Me cuentan que a mi padre lo torturaron. Lo montaron en el rin, le pusieron electricidad, lo ahogaron en el barril y lo mantuvieron preso por casi 1 año durante el cual sufrió frecuentes golpizas. Compartió celda con Ramón J. Velázquez y lo inyectaba aunque nunca recuerdo por qué.
Estos días, de veras, pienso mucho en mi padre.
Ese joven que luchó contra la dictadura durante años antes de su captura. Que fue cofundador del MIR, Movimiento de Izquierda Revolucionaria, y que conspiró por convicción. Cabeza caliente. De 1948 a 1958 se le acabó a mi padre la adolescencia y le llegó la adultez. Y había pasado tanto en ese tiempo. Ese 23 de enero de 1958 no sólo caía la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, imagino que ese habrá sido el cumpleaños más alucinante que mi padre haya tenido en su vida.
Nueve años después, -dos hijos después-, mi padre moría de un tumor cerebral que siempre atribuí a los golpes que le propinaron en la SN. Para ser honesta no sé si fue así, aunque me parece una conclusión lógica. Aún conservo como uno de mis mayores tesoros el obituario en el cual toda la izquierda nacional lo despide. Es un papel amarillento, única prueba de que mi padre fue un luchador de la justicia social. Y un cuaderno de notas y un libro de Rimbaud y otro de Marx y Hegel y ese poema escrito a mi madre que más adelante transcribo.
Estos días pienso mucho en mi padre, pues la historia es cíclica y me parece que lo veo en los estudiantes que protestan. Y me imagino a Rómulo Ledezma con una máscara antigás organizando barricadas y liderizando alguna protesta.
Y es curioso lo relativo del tiempo -y de la percepción- porque hoy yo podría ser madre de mi padre cuando lo imagino con la capucha y la piedra. Y entonces se me alivia un poco el corazón.
No es así los días que pienso que perdí a mi padre por la Democracia y la Justicia Social y que de nuevo estamos en el mismo punto y que la Historia se repite.
Así que, días como hoy, prefiero verlo con capucha y con máscara antigás y con una piedra en la mano, luchando por un mejor futuro, repartiendo volantes, haciendo vida política. Y recuerdo las historias de mis tías sobre los allanamientos de la SN, sobre la persecución, sobre la Clandestinidad. Con mayúsculas. Una palabra que era realmente demasiado grande para la niña que escuchaba esas historias con los ojos muy abiertos. Casi tan grande como la palabra Dictadura. Y me acuerdo de que mi abuela materna decía que con Pérez Jiménez se vivía bien. Sólo había que cuidarse de "no meterse en política. No hablar de política".
No hablar de política. No interesarse por la política. No cuestionar. No quejarse. Someterse. Conformarse. Invisibilizarse. Adular al poderoso. Mirar hacia otro lado. Callar.
Sus hijos tampoco.
Estos días pienso mucho en mi padre. Son días de furia. Días de gas. Días de resistencia. Días de rebeldía. Días de capucha, máscara antigás y piedra. Días de angustia y de madres que, como mi abuela, buscan a sus hijos. defienden a sus hijos. No se rinden. Días de madres estoicas y de jóvenes tercos. Valientes. Y sé que mi padre no habría estado de acuerdo con ninguna dictadura, fuera ésta de derecha o de izquierda.
Si. Estos días pienso mucho en mi padre.
Me acompaña su esencia libertaria, su rebeldía, su coraje y su inteligencia.
Si me concentro un poco, lo veo allá, a lo lejos, flaco, orejón y desgarbado, con una franela vieja, lanzando una piedra.
4 comentarios:
Mi querida Eu, que delicia de verbo. Un abrazo enorme.
Gracias, mi amor. Gracias x leer :)
Chama, cuando te leo, escucho tu voz hablar aunque no la conozco,
¿Me vas a seguir haciendo llorar?
Gracias, Fernando. Gracias por leer y por emocionarte. Llorar es sanador :) Estos días yo también lloro con alguna frecuencia. Un abrazo
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