Bueno, no. Este país no es una mierda. Este país no es una desgracia. No es una desgracia su gente. En todo caso, este gobierno si es una mierda. Y son cosas bien distintas.
Al país lo conforma su gente, sus tradiciones, sus valores y una certeza intangible de que vamos a hacia un lugar todos juntos. El gobierno es un grupo de servidores públicos que no constituye más que una coyuntura histórico-política. Un parpadeo.
Desde luego que si el gobierno tiene como política de Estado el exterminio de todo un segmento de la población eso es, prácticamente, una limpieza étnica y el lugar a dónde vamos es un precipicio, un barranco profundo. Y es perfectamente válido que el instinto de supervivencia aflore y que el mecanismo de fuga se dispare. El mundo está lleno de campamentos de refugiados para demostrarlo. El problema es que, cada vez que uno de nosotros se va, somos menos país. Somos menos país hoy y menos país mañana, cuando la Historia pregunte qué hicimos para detener esta barbarie.
La pesadilla de los últimos tres días me había dejado muda. Con el corazón fuera del pecho. El estupor fue tal que ni siquiera dio paso a la indignación o la arrechera. Pero, entonces, tuve que leer tantas veces "este país es una mierda", "este año si me voy demasiado" o "más nunca piso Venezuela" que algo empezó a hervir dentro de mi, una suerte de sublevación del gentilicio. Porque para mi el gentilicio no es una cruz ni una oportunidad, es un compromiso. El compromiso de hacer de esta tierra y de esta gente -mi gente- el mejor país posible. Por eso insisto en quedarme. En resistir. Ya sé que con un gobierno vandálico esto es muy difícil de lograr. Luego de 15 años es bastante claro. Pero es que cada vez que alguien se va -por válidas y comprensibles razones personales- todos perdemos.
Y, quizás esto sea idealismo radical, pero ¿acaso Maya no se merece que sigamos resistiendo? Que construyamos el mejor país posible para que, de una forma extraña, la muerte de sus padres cobre con el tiempo algún sentido?
Leí algunos posts hermosos pero perturbadores, sentidos pero equivocados. De gente generosa, hablando desde su corazón, pero que está convencida de que los que estamos aquí, los que insistimos en quedarnos, hemos perdido nuestra dignidad por la escasez de papel toilette. ¿En qué momento, cuándo sucedió que mi dignidad como persona y ciudadana se vinculó al papel toilette? No lo comprendo. No me siento doblegada, ni quebrada. No he hecho cola para comprar electrodomésticos a "precio justo"...
Y entonces, además, la ráfaga de lástima e incomprensión combinada con el alivio de "gracias a Dios que ya me fui" me golpeó durísimo. Casi más que la muerte de 24 mil venezolanos este año. Quedarme aqui ha sido y sigue siendo una postura política. Y un acto de fe. Un acto consciente que alimento cada mañana cuando me enfrento al noticiero. Un acto de coraje y valentía porque requiere una templanza obstinada seguir creyendo que, de algún modo, tú como individuo puedes aportar alguna luz a una oscuridad tan tremenda.
Y un acto de rebelión. Porque este país es mío. Tan mío como el más rojo de los rojos o el narco más terrible o el sicario más temible. Es mío y no pienso dejar que me lo quiten. No cedo mi espacio. No tengo miedo. No me da la gana.
No. Esta no es una crítica a quienes se fueron o ya están haciendo maletas. Irse es una opción y siempre existen razones personales. Quizás mi resistencia se agote y yo también tenga que marcharme algún día. Pero no me digan que se van porque el país es una mierda. Porque el país no es el gobierno, el país somos todos y cada uno de nosotros. Y es Maya. Y era Mónica con su banda de Miss Venezuela. Y seguirá siéndolo si logramos aprender que el escapismo no puede ser la única vía.
Es verdad que este país se nos ha convertido en una herida. Lo que propongo es que la sanemos. Porque eso es lo que es esto: una propuesta. La propuesta de que todos nos convirtamos en padres de corazón de Maya y nos comprometamos a no perder la paciencia, nos comprometamos a buscar una salida que nos incluya a todos y ese "todos" supone la reinserción social de esos muchachos que esa noche decidieron equívocamente que la vida de Mónica y Thomas estaba en sus manos para disponer de ella.
Generalmente nos preguntamos qué hacer con los menores cuando se convierten en un peligro para la sociedad, con los azotes de barrio. Pero nos negamos a preguntarnos ¿Qué hacer con una sociedad que está llevando, por un lado, a menores de edad y a jóvenes en los barrios a una situación de violencia extrema, de pérdida de sentido de la vida -de la propia y de la ajena-? Y, por el otro, a los jóvenes de clase media a ser expulsados lejos del país al que podrían aportarle tanto? ¿Acaso no estamos alimentando una sociedad de parias? ¿No estamos, de algún modo, renegando de nuestro futuro como nación?
Y no. No creo que sea atribuible al éxito de la limpieza social ejecutada como terror e inseguridad como política desde el Estado. No totalmente. Creo que es una responsabilidad compartida. Creo que nosotros, como ciudadanos, también tenemos el deber de reaccionar más allá de la huida o la parálisis. Maya lo merece. Mónica y Thomas lo merecen. Y los muchachos que mataron a sus padres, lo creamos o no, también lo merecen.
Así que si, quizás sea esta la propuesta de una idealista extrema. Lo acepto. Lo admito. Quizás hasta mea culpa. Pero éste no es un Estado fallido. No todavía. No es un país de mierda. Este lo que es es un gobierno fallido. Un gobierno de mierda. Entender la diferencia es fundamental para poder crear opciones de futuro.