Un sabor, un paisaje, una canción... algún amigo, algun amor...ese es el equipaje que se lleva el que se va. Es la maleta de la nostalgia. Pero también de la culpa. Porque el que se va queda irremediablemente dividido para siempre y trata de remendarse a diario, pero las costuras se notan casi siempre. Y a veces hay que irse. Como cuando las amenazas de muerte se hacen demasiado frecuentes o cuando el futuro se destiñe en medio de un barrio. Pero otras hay que quedarse, porque la convicción y el compromiso hacen imposible llenar esa maleta para darle la espalda a un sabor, a un paisaje, a algun amigo...a un país que se desangra.
Por eso, cuando Virgilio Javier Montoya empieza a escribir esa carta a Celia uno lo entiende. Es una carta que muchos de los que ya se fueron podrían haber escrito. Es una carta que muchos de los que se quedaron no quisieran recibir.
La butaca se vuelve incómoda y uno quisiera estar sintiendo a estos personajes en privado. No tener que llorar en colectivo. Y sin embargo, esa carta, esa "Querida Celia", no puede tener un destinatario en singular. Esa carta es para el colectivo por incómodo que sea ver nuestras debilidades como sociedad, como país, al ritmo del son cubano y el bolero. Y es que Cuba y Venezuela parecen ahora compartir un mismo destino. "¿Por qué siempre dejamos que sean los peores los que lleguen al poder?" pregunta Montoya desde el exilio más absoluto, el del suicidio por culpa.
Y no queda más que desasosegarse: de veras, ¿por qué lo hacemos?
Y luego ellas disparan sin piedad: "A quién quisiera usted volver a ver allá?" pregunta Ermenegilda. "Yo no creo que me quede nadie conocido" se resigna Celia. "Vaya que es duro quedarse sin país" dice sin más Ermenegilda. "Más horrible es sentirse un extranjero en un país que es de uno..." y uno no puede evitar que se le rompa el corazón como se le rompe al de al lado y al de atrás...porque todos y cada uno de los que están en la sala tienen algún amigo, algún hermano, algún hijo que se fue. Y la nostalgia y la tristeza se apodera de todos porque más de uno se siente ya extranjero.
Hace meses un señor me comentó en el Ministerio de Relaciones Exteriores: "sobre lo que nadie ha escrito es sobre el dolor de todos estos padres que nos quedamos aqui, diciéndole adiós a nuestros hijos"...Y es que el exilio es doloroso para el que se va y para el que se queda. Por eso, el que se va, hace una vida "mientras olvida". Mientras cree que olvida. Pero el que ha amado su tierra y su gente no puede olvidar nunca.
Creo que aquel señor tiene ahora mucho más de lo que pidió: La obra se llama "Mientras te Olvido" bajo la Dirección de Virginia Aponte, dramaturga y directora pero, sobre todo, exilada cubana con 50 años en Venezuela y que sabe muy bien de lo que habla. Las actuaciones brillantes, conmovedoras, hermosas, corren por cuenta de Ago Teatro en la piel y sensibilidad de Soraya Siverio, Ellen Andara, Unai Amenabar y Leo Van Schermbeek. Con un excelente texto de Andrés Correa y una Dirección Artística impecable de Wilfredo García.
Y esta, menos que una crítica de teatro, es una invitación, un exhorto, casi una demanda a ver la pieza, pues creo que todo el que se ha ido, todo el que se quedó, el que se pone una franela roja y el que no...todo el que tiene una patria y una querencia, tendría que verla. Porque si, porque es cierto: igualdad o libertad, ése sigue siendo el dilema.
Y porque, además, nadie puede llevarse todo un país en una maleta.